Desde hace años, una de las costumbres de los yucatecos es mudarse a las casas de la playa durante las vacaciones
El disfrutar de unos días de asueto en las costas yucatecas mudándose temporalmente a las casas veraniegas, es una de las más arraigadas costumbres de los yucatecos.
De esto han escrito en sus obras autores como don Romeo Frías Bobadilla y el recordado abogado Carlos Roberto Barrera Jure, ambos ya fallecidos, pero que como legado nos dejaron sus obras con narraciones llenas de detalles que nos transportan en el tiempo para llevarnos a conocer cómo eran estos días tan esperados en diferentes momentos: en las décadas de los años 20 y en los setenta, respectivamente.
El cronista progreseño recuerda en su obra “El Cráter Porteño” que antiguamente, la gente tenía la costumbre de ir a tomar su baño de mar desde las cinco de la mañana (nadie iba a quemarse al mediodía), entonces las mujeres y niños se dirigían al malecón envueltos en una sábana y los jóvenes con camiseta y pantalones.
Los domingos de agosto tenían un atractivo especial con las regatas que organizaba la Escuela Modelo en las que competían “La Pecadora” y otras lanchas, y con las competencias de nado que se llevaban a cabo desde Uaymitún y hasta Chicxulub o Progreso. El público seguía los pormenores caminando en la playa siguiéndolos y al llegar a la meta, cientos de veraneantes rodeaban a los ganadores para felicitarlos y celebrar su proeza.
Otro aspecto que se recuerda mucho en las temporadas veraniegas de antaño son las bachatas que se organizaban en los barcos que atracaban en el muelle, que se inundaba de fiesta, mientras los muchachos y muchachas bailaban a ritmo de las melodías del momento que se interpretaban en vivo.
En la década de los años setenta Carlos Roberto Barrera Jure era apenas un jovencito que recuerda, en su “Anecdotario de Los Barrera”, que desde días antes de las vacaciones comenzaban los preparativos, y con emoción acompañaba a su madre y sus hermanos a la segunda calle nueva para comprar sus calzoneras y sus “sayonaras”.
Ya en el puerto, la diversión comenzaba desde temprano con los prolongados baños en el mar y la recolección de conchas y caracolitos en la arena, que se escarbaba para sacar “wueches”, que se usaban como carnada.
Además de que se admiraba la belleza de las muchachas que presumían su juventud al pasear por la orilla del mar, siendo que en ese tiempo no se acostumbraba usar bloqueadores.
Por las noches el plan de actividades incluía ir a dar una vuelta a la feria o al malecón, pero mientras tanto había que ir a realizar compras a los Portales de Progreso, donde se podía disfrutar de un sabroso helado o de una paleta de los Hermanos Milán.
“Por las tardes y noches, se organizaban en familia juegos de mesa como lotería o serpientes y escaleras con los que pasaban las horas de manera entretenida”, escribió el abogado Barrera Jure, quien también dedicó algunas líneas al retorno a Mérida al finalizar las vacaciones.
Texto y fotos: Manuel Pool