Las mascotas son parte de la familia

Apenas abro la puerta de mi cuarto en la mañana, Cotona se escurre hacia dentro maullando. Esta gata peluda esponjosa tipo angora es la más vieja de las mascotas de la casa, pero los años no pasan para ella. Generalmente es reacia al exceso de caricias, pero en tiempos de frío como éstos insiste en que la abracen. No me queda más remedio que hacerlo a pesar de que no me he quitado el suéter negro con el que duermo y que con ella se llena de pelos; ah, y hay que rascarle los cachetes, como a ella le gusta. La Chata, mi hijo y mi nuera no me lo creen, pero yo no enseñé a Cotona a mendigar en la mesa; apenas me instalo para comer, la peluda se sienta cerca viéndome con mirada suplicante; hay veces que no le doy ni una miga, pero otras me rindo ante su chantaje y le doy un trocito de mi comida y eso le basta, se retira a echarse con ese relajamiento que sólo logran los felinos.

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“Mira esa gata, creo que está embarazada”, le dice una señora a su hija al pasar rumbo a la escuela. Se equivocan porque ni es gata ni está esperando gatitos: es Tito, que es un tragón y tiene panza colgante como de tigre veterano. Tito encabeza la comitiva mañanera para pedir croquetas; se cruza en el camino del primer humano que ve, y maúlla y va caminando hacia su plato para que lo sigan; lo hace una y otra vez hasta que alguien surte de comida su plato. Pero no vayan a creer que por gordo es tonto o dejado, pues es muy territorial. El otro día él, Rocko y yo le dimos un susto a un minino que se cuela a la casa en busca de los platos de croquetas. Escuché a mi gato maullando en el segundo piso, subí a ver y ahí estaba el malandrín; Tito le dio unos zapes y el polizón bajó a la sala, lo quise ayudar a retirarse y abrí la puerta de la calle, pero el tonto corrió, perseguido por Tito, hasta la puerta del patio y ya presa del pánico saltó sobre el hocico de Rocko y huyó por el muro, no sin antes llevarse una dentellada. No lo hemos vuelto a ver….

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Rocko se desespera por salir a la calle. Desde muy temprano hace unos sonidos como quejidos, hasta que alguien se apiada de él y le abre las puertas del patio y de la sala y la reja de la calle. Tres o cuatro minutos después regresa y quiere que lo dejen entrar. ¿Por qué quiere este perro salir a la calle a toda velocidad, y minutos después vuelve de la misma manera? Porque su único objetivo es ir a la privada cercana a ver si alguien tiró ahí algún hueso que pueda traer a la casa. Si por él fuera, cada 30 minutos haría la misma operación, pero la Chata no lo deja. “Me choca que esté pasando a cada rato”, dice ella, quien es la que se encarga de mantener limpia la casa. Chitón… mejor no contradecirla.

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Ya en la carretera camino a nuestro querido Dzilam González, la Chata dice su conjuro acostumbrado: “Que Dios nos cuide, cuide a nuestros hijitos (tienen más de 30 años), nuestras nueras y nuestras princesitas (las adoradas nietas)”. Persignándome junto con ella, agrego: “Y a Tito y Cotona, que también son de la familia”. A Rocko no lo menciono porque está incluido en “Que Dios nos cuide”: va instalado en la cama de la camioneta, pues es “pata de perro” y le encanta que lo llevemos a donde vayamos.

 

Por Gínder Peraza

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