Carlos Hornelas
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Es ahora, en tiempos de la neutralidad de la red, cuando tenemos a nuestra disposición innumerables recursos para acceder a cualquier tipo de lectura desde nuestro teclado. Si antes los letrados y los aristócratas pudientes hacían viajes de días para consultar un libro, ahora podemos tener acceso gratuito a la mayor cantidad de recursos imaginables a través de la internet.
Uno de los grandes sueños para la construcción de internet era el libre flujo de información. El discurso libertario de internet nos hizo creer que podríamos consultar cualquier tipo de material y relacionarnos con cualquier tipo de persona, a través de esta red. Un mundo sin las ataduras de los horarios, las fechas, las existencias en el inventario o los intermediarios en la información.
Pero al cabo de unas cuantas décadas, la sombra del totalitarismo asoma nuevamente, cíclicamente en todo el planeta. Vestido de varias maneras, en honor a Orwell y a Bradbury, podríamos nombrar genéricamente a estos grupos como la “policía del pensamiento”.
En EEUU, por ejemplo, en años recientes la censura ha crecido enormemente y la tendencia continúa en plena escalada. Si antes los libros eran secuestrados por atentar contra la religión, el bien común o las buenas costumbres, ahora grupos y asociaciones buscan a través de mecanismos legales prohibir la lectura y distribución de ciertos títulos.
El índice de obras incluidas empieza a ser delirante. La justificación que se arrogan estos protectores de la humanidad es que dichas obras abordan temas racistas, atavismos de género, perpetúan estereotipos, estigmatizan a grupos sociales o sirven para la promoción de todo tipo de discriminación.
Entre las obras prohibidas se encuentran hasta 16 libros de Stephen King. En el futuro inmediato puede ser más probable que un bibliotecario vaya a la cárcel a purgar una pena por distribuir información de obras de autores laureados con el Nobel de literatura, a que un distribuidor de fentanilo sea encerrado por la policía de narcóticos.
No solo los narcóticos o la censura están por dormir al público en general, la veda del pensamiento llegó a las universidades americanas desde hace un rato. El mismo Trump hizo todo lo posible por establecer mecanismos internos que permitieran quitar la figura del Tenure (definitividad) del profesor universitario en aquellos centros educativos en los que se cuestionaba su proceder.
En las semanas recientes hemos sido testigos de cómo las fuerzas del orden están limitando y hasta reprendiendo las manifestaciones de estudiantes por su postura en el conflicto entre Israel y Palestina. Y hasta ahora, estos sucesos podrían parecer aislados o producto de una coincidencia, sin embargo, es necesario preguntarnos de la manera más sincera y honesta si esto es así.
En las redes, en esas que a veces nos enredan, la policía del pensamiento ejerce su poder para callar, censurar, “banear” u “funar” a cualquiera bajo cualquier tipo de pretexto y sin derecho de réplica. Extensos movimientos en contra de personas públicas son promovidos si osan expresar su opinión, por ominosa que sea. Esta policía del pensamiento busca, precisamente que no haya diferencias, ni matices, ni disidencia: es el establecimiento del pensamiento único y anti-científico.
Lamentablemente esto repercute en estas épocas electorales en las cuales los partidos políticos y sus corifeos nos obligan a autodefinir nuestras propias etiquetas para despreciarnos por una u otra elección. El ataque a quienes piensan distinto y a quienes no se definen por uno u otro bando es la puerta falsa de la democracia. Es el principio del pragmatismo de la impostura y el final del pensamiento. Todo se reduce a la acción, la reflexión está de más.