Libros a cambio de comida

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

Como dos días me duró la alegría de leer un libro nuevo. Y cuando se llega a la última hoja quedan dos cosas por hacer: volver a leer la obra o tratar de comprar o buscar otro libro. Para conseguir nuevas lecturas siempre salgo los domingos por la mañana para ir al parque central, donde se instala un mercado de arte al aire libre. Allí puedes encontrar pinturas y libros de segunda mano. Es mi lugar favorito para conseguir ejemplares y apoyar a los libreros locales en estos tiempos difíciles por la pandemia.

Es común que cuando vaya me quede unos minutos charlando con los vendedores; me cuentan sobre títulos raros que ofrecen como gangas, y no faltan sus recomendaciones u opiniones sobre obras clásicas y las conversaciones cotidianas en un parque.

Don Pedro es un señor canoso de 63 años a quien más aprecio le tengo. Me considera su mejor cliente y él para mí es como un amigo, un vecino o un compañero de clases con el que puedo debatir por horas sobre el talento de García Márquez o lo que me harta de Vargas Llosa.

El último domingo no falté a mi cita de compras; sin embargo, al caminar me encontré con carteles que anunciaban una noticia muy triste. Los vendedores de libros decidieron emprender una iniciativa para intentar sobrevivir a la crisis económica: cambiar sus ejemplares de segunda mano por comida y víveres que les ayuden a mantener a sus familias.

Tal medida me dejó helado y no hice más que sentarme en una banca para asimilar la situación. Me sentí muy mal por los libreros, porque son personas que como cualquiera se esfuerzan mucho para tener “el pan de cada día”.

Recuperado de la impresión por la noticia, caminé hasta la mesa de don Pedro, quien no estaba sentado frente a sus libros con su sombrero café. En su lugar había una chica de unos 25 años, quien me explicó que su abuelo se enfermó y ella se haría cargo del negocio por un tiempo.

La joven me contó que los libreros acordaron cambiar libros por comida porque están desesperados. Dijo que al principio la venta era cada domingo, pero en los últimos meses comenzaron a ir al parque a diario con la esperanza de tener más ingresos. Sin embargo, se volvieron a topar con una triste realidad: los libros físicos ya casi no se venden.

Le pregunté cómo les iba con la nueva iniciativa y fue su semblante decaído el que me respondió. Yo no tenía comida para dar a cambio de libros, pero eso no fue impedimento para ayudar a mi amigo Pedro y regresar a casa con varios libros.

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