No es lo mismo el quisiera al yo quiero

Por: Roberto A. Dorantes Sáenz

 

Muchos se quejan de las veces han querido cambiar, de las veces han querido mejorar… y de que al final todo ha sido en vano, no lo han logrado.

Y se desalientan porque no saben distinguir entre el serio querer y el mero desear.

Y en realidad no lo quisieron, no lo intentaron; sólo imaginaron que sería así o asá. “Quisiera cambiar”… pero nada hicieron para ello. Y es que hay una diferencia enorme entre el “quisiera” y el “quiero”.

“Lo he intentado, !pero en vano!” No te enfades si te digo claramente que no es verdad, que no lo has intentado. Te lo imaginas tan sólo… “quizá no estaría mal probarlo.”

¿Habría Colón descubierto América si hubiese dado entrada al menor desaliento por el fracaso de sus primeras tentativas? ¡Cómo fue pordioseando por las cortes de Europa, durante dieciocho años, en busca de ayuda económica para su viaje! Se reían de él por todas partes, lo tenían por aventurero, por visionario; pero él se aferró resueltamente a sus propósitos.

Tenía bastantes motivos para creer que más allá del continente conocido no podía haber únicamente mar, sino que debía de haber más tierra, otro continente. Y merced a su entusiasmo, a su voluntad tenaz, pudo vencer todos los estorbos y emprender su gran viaje, aunque sus contemporáneos pensaran que no lo habían de verlo más. ¿Sabes cuántos años tenía entonces? Cincuenta y ocho.

Otros a esa edad ya se jubilan. Él, entonces, puso mano al gran sueño de toda su vida.

El carácter no brota de la efervescencia de un momento, de un arranque que se lanza para detenerse en seguida, sino del trabajo metódico, perseverante y formativo, tratando de poner en juego todas las energías espirituales.

Hay que pensarlo bien, emprenderlo con tesón y perseverar con constancia.

Muchos “quisieran” muchas cosas, “desearían” y “les gustaría que fueran así o asá”; nada, sin embargo, hacen para ello.

Todo lo que puede hacer el hombre, puede hacerlo. Es inconcebible lo que es capaz de hacer un hombre, basta que sepa querer con decisión y constancia. Grandes fuerzas duermen en nosotros, mucho mayores de lo que pensamos.

Debes creer que están escondidas en ti estas grandes fuerzas, y así se romperán de improviso las cadenas que te atan.

Da comienzo a todas tus empresas con este pensamiento: “conseguiré ciertamente el fin que me propongo”.

Si no tienes una fe ciega en el triunfo, tu “querer” tan sólo será un “quisiera” ineficaz.

Otro ejemplo de querer lo tenemos cuando Napoleón conquistaba países uno tras otro y les imponía su yugo, le ocurrió una gran contratiempo; sus generales le advirtieron que los Alpes impedían el paso a su ejército.

Napoleón al momento contestó con decisión: “¡Entonces, fuera los Alpes!”, una voluntad fuerte no se arredra ante las dificultades. ¡Titánica fuerza de voluntad la de Napoleón. Y si esta voluntad de acero se hubiera hermanado con adecuada rectitud de alma y hubiese vencido su egoísmo incontenible, no sólo no hubiese caído en la desgracia y hubieses evitado muchos males, sino cuánto bien hubiese podido hacer… Pero aprende de él a querer con fuerza.

Hay que ver antes con claridad el objetivo, pero una vez decidido, venga lo que viniere, hay que hacerlo… o vencer o morir.

Tú también tienes que dejar el cómodo “quisiera” o “me gustaría”, que no sirve para nada, y entrar por el sendero estrecho del “quiero”. Dejar de gastar las fuerzas lamentándote con que “soy débil, no podré lograrlo” y aprovecharlas para empezar a actuar.

En el retrato de los grandes hombres se podrían inscribir estas palabras: “Supo querer”. A Santo Tomás de Aquino le preguntó su hermana: “¿Qué he de hacer para alcanzar la salvación eterna?” “Querer”, fue su breve respuesta.

No te has de acobardar ante las dificultades, sino que ha de mirar de frente los obstáculos que le cierran el paso. Por más nublado que esté el cielo, llegará a salir el sol. Y por más crudo que sea el invierno, ha de llegar un día la primavera.

Fuera el desaliento. Para los viejos el descanso. No desmayes jamás. Y adelante, con valentía, contra las dificultades. Muchas veces nos imaginamos las empresas mucho más arduas que lo que suelen ser. Y, sin embargo, lo dice muy bien el proverbio inglés: “Nunca llueve tan fuerte como cuando se la mira desde la ventana.”

Mira qué sabiamente pensaba el pagano Séneca en este punto: “La desgracia no quebranta al hombre valiente” (Prov. 2), “La desgracia es ocasión para la virtud” (Prov IV, 6), “El fuego sirve de prueba al oro; la miseria, a los hombres fuertes” (Prov. V, 8).

La historia está llena de ejemplos de estos. Hubo muchos que parecían tener conjuradas contra sí todas las fuerzas. Miles y miles de obstáculos se levantaban contra sus planes; pero ellos opusieron con noble ardor su voluntad de acero y vencieron.

Donde la primavera es continua y la Naturaleza siempre benigna, los hombres son indolentes y sin energías.

Beethoven, el gran músico, estaba completamente sordo cuando compuso su obra más excelsa.

Moisés, el gran libertador de los judíos, no sabía casi hablar; pero con la ayuda de Dios y con el humilde reconocimiento de su flaqueza, se hizo jefe de todo un pueblo.

Por tanto, ¡no seas pesimista! No digas: “En vano emprendo cualquier asunto, nací con mala estrella, nada me sale bien.” Si te persigue la mala suerte, encárate con ella y no cejes. No te cruces de brazos.

Es la suerte patrimonio de los tontos. Con esto suelen consolarse los perezosos y los fracasados. No admiten que el otro sea más diligente, más hábil, que sea más tenaz en el trabajo.

Te das cuenta que no es lo mismo el quisiera, al yo quiero.

 

 

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