Lo peor de uno mismo

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Cuando el ser humano actúa sin pensar, lo hace obedeciendo a una reacción instintiva de su naturaleza ante aquello que su cerebro interpreta como un peligro o una amenaza. Cuando ocurre así, inmediatamente se activa en su sistema nervioso y orgánico un mayor flujo de cortisol y de adrenalina encargados de acelerar el ritmo cardíaco y la presión arterial.

Mientras algo se interprete como una amenaza, el cerebro no hará diferencia entre lo real y lo imaginado. Por ello que muchas conductas paranoicas, ansiosas, estresadas, enojadas o temerosas griten, manoteen, lloren o se desesperen ante aquello que suponen los ofende, los ignora o los lastima, dejando que su propio sistema nervioso se desestabilice creando un trastorno de ira o ansiedad.

Lo peor de un ser humano es esa manera de responder ante una situación imprevista o inédita que no le permite antes pensar o sentir para evaluar o valorar aquello a lo que se enfrenta o tiene ante sí. O aquello también que puede solo suponerse, imaginar o inventarse sin que sea real.

Los gritos, las amenazas, el odio, el resentimiento, el rencor y el desprecio suelen ser el principal alimento del sistema emocional (o límbico) que, como dije, invariablemente activarán la amígdala cerebral y las glándulas suprarrenales para que invadan el torrente sanguíneo con adrenalina y cortisol.

Lo peor de un ser humano estará invariablemente en su manera de sentir y de pensar; de sentir que el mundo lo desprecia o no lo quiere, o de pensar que le harán daño. Pensar también que le irá mal o que las cosas no le salen por mala suerte o porque los demás no lo comprenden. A veces lo peor de uno mismo se activa en contra de quien más se quiere como los hijos, la pareja, la familia o los mejores amigos. La rabia, el dolor y la tristeza se mezclan para acudir a la decepción por lo que creemos injusto e interpretamos como una amenaza a nuestra persona.

Sabemos que hoy más de la mitad del mundo vive a la defensiva, confundida, ansiosa y estresada, siempre activada en su sensación de pánico o de ira para huir, ocultarse o defenderse. ¿Pero cómo se oculta o se defiende de uno mismo, cuando irónicamente es uno mismo el peor enemigo de sí mismo? Lo peor de uno suele ser esa parte oscura, inconsciente o inadvertida que no es nadie más sino uno mismo invariablemente haciéndose daño.

Lo peor a veces no suelen ser los demás, sino cada uno al no entender lo suficiente, no comprender o no saber cómo actuar en los momentos de más ansiedad, depresión o estrés. A veces solo es la duda o el desconocimiento de las cosas lo que hace que nuestro cerebro no actúe con más inteligencia y serenidad.

Lo peor de uno mismo es prestar oídos a la ofensa, activar nuestra rabia y vivir constantemente en desencanto. Vivir bajo la presión de nuestras mismas emociones sin saber que las podemos controlar. Mantener el control de nuestras emociones conlleva en sí mismo mantener la regulación y el balance de nuestro organismo para no enfermar (de lo que sea) y mantener también la óptima condición de nuestro sistema inmunitario.

Cuando se pierde el control es como viajar a toda velocidad en un automóvil sin guía, sabiendo que tarde o temprano la tragedia ocurrirá. Toda guerra también comenzó invariablemente con alguien que no supo, no pudo o no quiso controlar su ira, su disgusto, su odio o su dolor ante un adversario que hizo lo mismo. Las guerras (entre dos o entre miles) siempre son el producto de una relación bárbara que se origina en la parte más primitiva de nuestro cerebro. Lo peor de cada ser humano (variables aparte) es esa parte instintiva de una manera de actuar sin pensar ni sentir. Sin sentir nada (o muy poco) por el otro o por uno mismo.

¡Caiga quien caiga, pase lo que pase, a ver de a cómo nos toca! -dicen los brutos.