Mario Barghomz
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Dice un dicho común que el dinero mueve al mundo. Sin duda. Pero también el poder político, la tecnología, cada nuevo invento de la ciencia, el arte, el espectro mismo de la sociedad con la evolución de su desarrollo. Todo ha sido un movimiento constante desde la aparición del hombre, el período arcaico y neolítico, y el nacimiento de las primeras culturas. Todo se mueve, fluye -dice Heráclito-.
Cuando cursaba todavía la universidad, uno de mis maestros de filosofía nos puso un ejemplo muy claro (hablaba de su propio caso). Él había sido un seminarista que renunció a sus votos para poder casarse. Su clase era la de Teología. Tengo una niña de siete años -nos dijo-, y me pidió que le comprara una tele más grande. Pero ahora tengo que trabajar más para poder pagarla. Son seis horas más de trabajo en las que ya no estoy en casa con ella. Cuando llego, ella está ya durmiendo. No se si una tele más grande y más cara, valió realmente la pena. Su ejemplo nos dejó pensando, y ese era el punto.
¿Cuánto debemos sacrificar y por cuánto, para que nuestra vida, y la de aquellos a quienes queremos, valga realmente la pena? ¿Cuánto debemos darles o hacer por ellos, y que nos quede aún vida y tiempo, para que lo esencial (que no se compra ni se paga) tampoco les falte.
Pero el mundo se mueve no sólo por motivos económicos. Las dos grandes guerras mundiales (14/18 y 40/45 del siglo pasado) movieron sin duda al mundo. Luego vendría el Comunismo y la desaparición de la Unión Soviética.
En el arte, muchos movimientos de vanguardia se hicieron presentes después del Impresionismo: el Dadaísmo, el Expresionismo, el Cubismo, el Futurismo… Y en la ciencia, las cosas también cambiaron después de que Watson Y Crick descubrieran la doble hélice del ADN. Hoy; la lectura de nuestro genoma humano, también ha cambiado al mundo. Ha hecho que éste se mueva.
La Filosofía, sin duda, es una de las principales precursoras de cada movimiento, de cada cambio en el planeta desde el Racionalismo Cartesiano y el Empirismo de Locke, la Ilustración Francesa que no era otra cosa que un empirismo científico-ilustrado, y el Idealismo Kantiano; todos antecedentes del Existencialismo de Kierkegaard, Heidegger, Sartré y la Fenomenología última de Husserl.
La filosofía, hasta ahora, ha movido todas y cada una de las montañas de ideas, sean éstas las que sean. Sin pensamiento no hay ideas, sin ideas no hay cambios, sin cambios… ¿qué se mueve? La Neurociencia; que hoy despierta para desvelar los misterios de la mente humana, desarrolla todos sus constructos sobre la base de la Filosofía (desde Platón). La Neurociencia misma, per sé, es una filosofía científica, una dialéctica especulativa sobre los escenarios de sus paradigmas. Antonio Damasio, el neurocientífico hoy más calificado y reconocido; así lo confirma partiendo de dos pensamientos fundamentales: el de René Descartes (“El error de Descartes; Barcelona, 1996) y Baruch Spinoza (“En busca de Spinoza; Barcelona, 2009). La relación mente-cuerpo, y no su separación a lo que Descartes había llamado “doble sustancia”, es hoy el punto de partida de la “consciencia”.
Así que moverse, más allá de la idea banal del concepto del dinero; es algo intrínseco de la naturaleza humana y del planeta donde vivimos. La vida es tiempo, y el tiempo movimiento. Aunque el tiempo, dentro del terreno de la física, sea una mera ficción.
El movimiento nos permite crecer y desarrollarnos. Si no fuera así, no existiríamos. Moverse es indispensable para la sobrevivencia. El hombre necesita moverse hasta el último día de su vida. La quietud invalida al sistema orgánico. Corazón, pulmones, estómago… todo se mueve de manera automática. La falta de movimiento avizora la muerte.
La muerte es la quietud total.