Abuelo y padre de los Gómez, fieles al ferrocarril

Roger rememora a su abuelo y a su padre, quienes le enseñaron todas las labores que se realizan alrededor de los trenes, y que recuerda con cariño

Es tanto el amor y la pasión que esta familia profesa al ferrocarril que a pesar de estar retirados, se niegan a olvidarse de esta actividad que la reviven con maquetas eléctricas y hasta rescatando de los chatarreros un cabús, que un integrante de la familia instaló en un terreno cercano de la desaparecida estación de Ferrocarriles de Cholul.

“Mi abuelo, Emigdio Gómez Manzanilla quien trabajo de 1921 a 1941 en los ferrocarriles, manejo esta máquina, la 270, que se construyó en 1903 en Estados Unidos, y también mi padre, comenta, Roger Gómez Chimal, quien desde niño acompañaba a su padre, Roger Efraín Gómez Aballi, al taller de la Plancha, cuando tenía 10 o 12 años, y tuvo la oportunidad de manejar la grúa y conducir un ratito las locomotoras.

“No caminaba siquiera y su papá lo llevaba a su oficina en la Plancha, donde fue el jefe de talleres” comenta Deysi Chimal, actualmente de 86 años, quien en total tuvo cuatro hijos, Roger, José Luis, Martín y Gerardo, todos en su momento trabajadores ferrocarrileros.

Hasta antes de la pandemia, Roger se desempeñaba como maquinista, pero fue en 1970, a los 18 años, cuando comenzó su larga trayectoria como garrotero, jefe de patio y mayordomo de patio.

Fue en los rumbos de la Plancha, donde siendo un niño Roger conoció a Elenita Cruz, tenían 12 y 9 años y eran vecinos, pasó el tiempo y ocho años después contrajeron matrimonio. Tuvieron cuatro hijos: Roger, Emilio, Maria José y Jessica. A la fecha tienen cinco nietos, quienes frecuentemente visitan el Museo del Ferrocarril de Yucatán, del que Roger fue fundador.

Hasta antes de la pandemia, Roger se desempeñaba como maquinista, pero fue en 1970 a los 18 años, cuando comenzó como garrotero, jefe y mayordomo de patio.

Ahora que está jubilado, en su terreno de Cholul, tiene ya un cabús y otros objetos que rescató de la chatarra como un silbato que sonaba a determinadas horas del día, para iniciar y concluir la jornada laboral, además de que también llamaba a una pausa para comer y luego, al retornar al trabajo.

“Era nuestro reloj, al igual que la campana del Sanatorio Rendón Peniche, que sonaba a las 21 horas, para que todos los ingresados que tenían la oportunidad de salir a tomar el fresco en los jardines, estuvieran de regreso a la cama y para los niños que jugaban en la calle, el momento de irse a casa”, comentó nuestro entrevistado, quien junto con su mamita, Deysi recordó con nostalgia aquellos festejos alusivos al Día del Feŕrocarrilero, cada 7 de septiembre. “Hacían un ruedo para las corridas, se organizaban carreras argentinas y campeonatos de básquet y fútbol”.

Deysi recordó que su esposo Roger Efraín, nació en 1935 y falleció en 1999, en la casa marcada con el número 482 de la calle 43 A, frente a la Plancha, desde donde veía el paso de los ferrocarriles.

Finalmente, recordó aquel día en el que explotó un tanque de agua que se encontraba en la parte posterior de sus viviendas y cómo los pedazos de concreto llegaron hasta la calle 46, razón por la que se dotó de agua potable a las casas de la 43 A y a los talleres que se quedaron mucho tiempo sin agua.

Texto y fotos: Manuel Pool / Cortesía