Mary Carmen Rosado Mota
@mary_rosmot
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Miroslava Vavrinec nació en Eslovaquia en abril de 1978, sin embargo, tan sólo un par de años después tuvo que emigrar con su familia a Suiza, un nuevo país que se convertiría en su nación y le abriría las puertas al deporte de sus amores. Quizá para entender mejor su vida tendríamos que dividirla en momentos, algunos inesperados, otros casuales o probablemente, producto del destino.
El primer momento crucial pudo ser cuando a los nueve años su padre la llevó a un torneo de tenis en Alemania, donde conoció a Martina Navratilova, estrella de esta disciplina, quien le regaló su raqueta autografiada y le animó a adentrarse en el tenis. Fiel a ese consejo unos años después, en 1998, debutó en el circuito profesional de la WTA (el más importante de la rama femenil).
Como toda joven tenista atravesó por las rondas clasificatorias para intentar llegar a un Grand Slam, lo que consiguió un año más tarde teniendo por primera vez presencia en el Roland Garros, asistencia que repetiría en el año 2000, además de lograr clasificarse para disputar el Abierto de Australia y Wimbledon. Pero el inicio del nuevo milenio también era año olímpico y ahí vendría otro momento crucial de su vida.
Fue representando los colores de Suiza en aquellos Juegos Olímpicos de Sidney que, por cuestiones del destino, conoció a un joven tenista que también formaba parte de la delegación suiza y que, por diversas razones, aun cuando practicaban el mismo deporte, no habían coincidido con anterioridad y fue hasta los pasillos de la Villa Olímpica, en Australia, donde Mirka, como todos la llaman, se cruzó con Roger.
En el año 2001 estuvo presente en los cuatro Grand Slam, teniendo su mejor actuación en el Abierto de Estados Unidos, donde acudía por primera vez. En una época donde el ranking era dominado por las exitosas hermanas Williams y su compatriota Martina Hingis, Mirka estaba avanzando posiciones en lo que auguraba ser un ascenso en su carrera y la promesa de que los años por venir traerían triunfos importantes. Pero otro momento crucial le daría un giro drástico a su vida, pues una lesión en el talón de Aquiles truncó su aventura en las duelas. No hubo vuelta atrás, en el 2002 se retiró oficialmente del tenis.
En aquellos años también sorteaba retos en su vida personal, porque había quienes creían que su relación le traería más distracciones que beneficios al joven que representaba el futuro del tenis suizo. Incluso la diferencia de edad, que eran sólo tres años, también era cuestionada por cómo influiría una tenista mayor que él y que ya estaba retirada. Nada pudo estar más lejos de la realidad.
Mirka Federer, nombre que usa desde el 2009 cuando contrajo matrimonio, es una gran muestra de lo que representa la lealtad hacia las promesas que hacemos de jóvenes. Pero también, un ejemplo constante de que la admiración mutua es la clave de las relaciones duraderas, ya sea emocionándose en un partido, celebrando los triunfos o consolando en las derrotas.
El viernes pasado su esposo anunció su retiro profesional y no podríamos entender el legado del gran Roger Federer sin Mirka; sin esa joven a quien conoció cuando aún no era la leyenda y los sacrificios que ella ha hecho, en más de dos décadas juntos, para criar una familia mientras recorre el mundo apoyando a su esposo, viéndolo levantar desde el primero hasta el vigésimo Grand Slam, porque es verdad que los sueños de quienes amas, también son tuyos.