A lo largo de la Península se celebran fiestas patronales en las que no pueden faltar las corridas de toros, que son muy esperadas por el público
A lo largo de toda la Península de Yucatán se celebran fiestas patronales en las que no pueden faltar las corridas de toros, que son tan esperadas por el público que en lugares como Acanceh, los espacios en el tablado se aseguran con el dueño del palco con meses de anticipación.
Muchas familias cuentan con el permiso para “amarrar” su parte del tablado desde muchos años atrás, ya que, en muchas ocasiones, los abuelos heredaron el derecho a sus hijos y hasta a sus nietos, por lo que los días de fiesta en el pueblo son algo memorable y muy esperado como ocurre en Tizimín, donde con orgullo sus habitantes presumen tener en la feria en honor a los Santos Reyes, el coso taurino artesanal más grande del sureste que desde mediados de diciembre se comienza a construir.
Al respecto, Elia F. Quintal Alcocer, en su obra Fiestas y Gremios del Oriente de Yucatán, señala que fue tanta la impresión que causaron las corridas de toros en John L. Stephens, que en “Viaje a Yucatán, 1841- 1842”, dedicó nueve páginas a describir profusamente diversos aspectos de este evento propio de las fiestas tradicionales de Yucatán, y describe de esta manera el coso taurino:
“La plaza de toros estaba en la de San Cristóbal. El anfiteatro o sitio destinado a los espectadores la ocupaba casi toda: construcción extraña y original, que en su mecanismo podía dejar pasmado a un arquitecto europeo. Era un gigantesco tablado circular, acaso de mil quinientos pies de circunferencia, capaz de contener de cuatro o cinco mil personas, erigido y asegurado sin emplear un solo clavo.
Fabricado de madera tosca tal como se extrae de los bosques, cruzados y enlazados entre sí, dejando una abertura para la puerta, y dividido sobre el propio mecanismo en una multitud de palcos. La techumbre era una enramada de la hoja de palma americana; y el edificio entero era simple y curioso a la vez. Los indios se emplean en construir esta clase de obras, que desbaratan tan pronto como se ha terminado una fiesta, convirtiendo después en leña todos los materiales”.
Y respecto a los espectadores, describe que eran de todas clases, colores y edades; desde la gente canosa hasta las criaturas dormidas en los brazos de sus madres; como hasta la fecha sigue ocurriendo en las fiestas del pueblo, de las que Quintal Alcocer nos platica algunos aspectos muy especiales como el hecho de que antes de construir “el ruedo”, los “palqueros” o el “diputado” a cargo de las corridas, traen una rama de ceibo o ya’axche’, árbol sagrado de los mayas, símbolo del centro del mundo, que representa con sus ramas los trece cielos y por medio de cuyas raíces y tronco se comunican el cielo y la tierra, y lo siembran en el centro del ruedo que servirá para amarrar ahí a los toros.
“Cerca de las cuatro de la tarde, a veces un poco antes, la orquesta desde su elevado palco empieza a tocar jaranas, mientras la gente de todas las edades va llegando, paga su entrada y ocupa poco a poco sus asientos en los palcos a nivel del piso o en galería, sendos o en “baranda” con los pies colgando hacia la arena.
El camión con los toros ha llegado y los vaqueros se encargan de meterlos a los toriles. Entonces la gente que ya ha ocupado sus lugares en el tablado, inicia una actividad que acompaña todas las corridas de la región: comer. Por el ruedo circulan hombres y jóvenes que venden cacahuates, “bolis”, palomitas, chicharrones, rebanadas de mango verde, algodones de azúcar y otras golosinas. Por lo general media hora después de la supuesta, da comienzo la corrida con las notas de un paso doble y la entrada (paseíllo) de los toreros.
Las corridas son emocionantes y divertidas. Emocionantes, porque nunca falta algún pequeño o gran accidente a causa de la inexperiencia de algunos toreros o de los “devotos” que por lo general ya con algunas copas de más se lanzan literalmente al ruedo a torear, en cumplimiento de alguna promesa o simplemente porque están borrachos. Divertidas, por las situaciones chuscas que se dan entre los toreros, el toro, los “espontáneos” y sobre todo con los vendedores de golosinas que invariablemente se ven expuestos a las embestidas de algún asustado, más que embravecido, toro.
Además, en cada corrida, más o menos después del tercer toro, entran al ruedo un grupo de personas cargando la imagen del santo patrón, mientras que otros llevan entre sus manos y extendido por las cuatro puntas el capote de uno de los toreros para “dar la vuelta al ruedo” y pedir a los espectadores que arrojen al lienzo dinero a manera de limosna al lienzo de tela, mientras que la charanga los acompaña tocando los acordes de un tema religioso como Viva Cristo Rey.
Entre tanto, cerca de la mesa donde se expenderá la carne del “ganado” se han instalado vendedoras provistas de las verduras necesarias para completar los ingredientes de la cena que prepararán esa noche en muchas casas de la comunidad y de otras poblaciones aledañas: el chocolomo.
Al finalizar la corrida, la “orquesta” se traslada al parque o a la cancha de la comunidad y toca dos jaranas, una en ritmo de 3 x 4 y otra en ritmo de 6 x 8. Algunas personas que han “gustado” la corrida se animan a bailar. En algunas ocasiones se llama “fandango” a esta jarana que se baila después de la corrida.
Texto: Manuel Pool
Fotos: Cortesía