Por María de la Lama Laviada*
mdelalama@serloyola.edu.mx
* Estudiante de Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Amante de los libros, la música y la cerveza.
Siempre se les ha criticado a los intelectuales el no estar en contacto con la realidad. Discutir con sus colegas académicos, sin involucrarse en lo que sucede fuera de sus círculos, sin tener los pies en la tierra.
Creo que eso está pasando con la izquierda intelectual de los países democráticos. Muy ocupados teorizando en sus burbujas, no se dan cuenta de lo mal que están vendiendo sus ideas. Como evidencian fenómenos como el triunfo de Trump, a la mayoría de las personas parece no convencerla los ideales democráticos de libertad y de igualdad.
Yo comparto estos ideales. Creo que lo mejor a lo que podemos aspirar es a una sociedad tolerante a las diferencias y en la cual todos tienen las mismas oportunidades. Creo que el racismo, el sexismo, la homofobia, el clasismo, y un largo etcétera, nos hacen mucho daño y nos alejan de ese ideal.
Pero que la mayoría de los estadounidenses, y mucha gente de otras nacionalidades, esté en desacuerdo con un ideal que llamamos “democrático”, me parece contradictorio y síntoma de que algo estamos haciendo mal.
Me parece ingenuo, además de inútil, asumir que las ideas de esta mayoría son totalmente irracionales e injustificadas. Confío en que la racionalidad es característica de la humanidad, y por lo tanto, creo que si no puedo concebir que alguien sostenga cierto punto de vista, es porque no lo he entendido bien. Por eso creo que los teóricos de izquierda se equivocan antagonizando y mirando con condescendencia a los que no comparten sus ideales. Por un lado, porque así no pueden entender los puntos de vista contrarios, y de ahí señalar el error. Y, por otro, porque generan resentimiento por parte de los que se sienten injustamente atacados. Un resentimiento que, según muchos, es la causa de la popularidad de Trump.
Richard Rorty, un filósofo estadounidense, predijo en 1998 que “la clase obrera no urbana no tolerará su marginación por mucho tiempo. Todo el resentimiento que los estadounidenses poco educados sienten hacia los graduados universitarios que les dicen cómo comportarse encontrará una válvula de escape”.
Según Rorty, esta gente votaría por un “hombre fuerte” que les prometiera que los profesionales y los profesores posmodernos dejarían de tomar las decisiones. Creo que le atinó.
Las ideas que atacan la forma de vida de la mayor parte de la población, sin ninguna matización y sin aterrizar la crítica a lo que se enfrenta la gente que está siendo criticada, no convencen a nadie.
Me refiero, por ejemplo, a que es un error señalar despectivamente todo lo que tiene un aire sexista, racista o clasista. Factores como el resentimiento económico en la clase trabajadora blanca han potenciado el racismo; reducir éste a pura intolerancia es contraproducente. Lo que logramos es que la gente crea que tiene que escoger entre sostener que ser racistas, xenófobos, sexistas y homofóbicos no es malo, o asumirse como idiotas intolerantes. Y de nada sirve llamar machista a alguien que no cree que el machismo sea malo.
Los ideales democráticos de igualdad y libertad son menos populares de lo que muchos creíamos. Y creo que esto es porque los que tenemos esos ideales estamos muy cómodos señalando a los injustos y a los intolerantes, sin darle importancia a las raíces de las actitudes que criticamos y sin hacer ningún esfuerzo por argumentarles a los que no comparten nuestros ideales por qué éstos nos convienen a todos.




