Mamá

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

La mitología, que en otras ocasiones es tan sabia, en este caso no nos ayuda mucho a comprender el fenómeno del nacimiento humano como hoy lo entendemos. En el Génesis del Antiguo Testamento, no fue Adán quien nació de Eva, que hubiera sido lo más obvio según nuestra comprensión, sino Eva quien nació de Adán, y no de su vientre, sino de una costilla. 

Naturalmente es una fábula inscrita en un texto mágico religioso que inspira, pero no enseña (no de forma académica o científica). Lo mismo pasa en esta primera parte de la historia de las Escrituras, con el nacimiento de Caín y Abel, que son hijos de Eva, pero nunca nacieron de ella. Naturalmente, Dios se encargaba de estas cosas. Y para la fe estas metáforas, aunque sin ninguna lógica, tienen mucho sentido.

Lo mismo sucede en la mitología griega, referencia ilustre de la raíz de nuestra cultura. Que sepamos, los hijos de los dioses, y de los mismos dioses con mortales; no nacieron como de manera típica nacemos hoy todos. Atenea, por ejemplo, hija de Zeus, nació de la cabeza misma de su padre. Afrodita, la diosa del amor y la belleza, nació de la espuma del mar a donde habían sido arrojados los genitales de Cronos, mutilados por Zeus.

Hoy una mamá, lo sabemos, primero debe ser fecundada y luego llevar en su vientre un feto que con el tiempo se desarrollará como niño. Las madres no son la semilla, pero son esa tierra fértil donde se planta para que su naturaleza misma convoque a la vida. Vida que al nacer será la propia de la madre misma (quizá de aquí la expresión “mi vida”), donde habrán quedado inscritos ya desde el embrión (la célula) sus 23 cromosomas que indicarán su identidad genética, más los 23 de su padre.

Y cada mamá, la que sea, no sólo es portadora de genes que serán la imagen y la identidad de su propio hijo, sino del amor y el deseo que la llevaron a ser parte de la concepción. Desde antes del mismo momento de nacer (la ciencia hoy puede explicarnos esto) el niño ya se identifica con la madre, con sus gustos musicales y su preferencia alimenticia, su humor y sus estados de ánimo.

El gusto, gozo y alegría de una madre, serán las mismas que tenga su hijo al nacer. Pero asimismo también la tristeza, el enfado o la decepción. Hijo y madre serán dos, pero uno mismo mientras la dependencia del niño sea natural y necesaria. Por ello lo que le pase a uno le pasará al otro. Si ella está bien, él estará bien.

Y no hay como una madre para conocer a un hijo, sobre todo durante sus primeros años de vida. El hijo verá en su madre a la tierra misma que lo ha forjado, que lo cuida y lo alimenta. La madre es para el niño su primera referencia existencial, sin ella él no es. Y qué madre no sabe que cuidar, educar y proveer es lo que sigue a la etapa del nacimiento. Hacer de sus hijos gente sana y fuerte, gente buena y responsable. Porque un buen o mal hijo siempre serán el reflejo de su madre, aunque con el tiempo haya hijos que se alejan tanto del corazón como de la naturaleza de sus madres.

Recuerdo a mi madre (ella ya murió) siempre atenta con sus tareas domésticas, la comida, la limpieza de la casa, el prepararnos para ir a la escuela y encargarse y ver que todos estuviéramos sanos (éramos ocho niños). Le debo a ella hoy, encargarme de tender mi propia cama, de la limpieza y orden de la casa donde vivo, de ver que no quede un traste sucio después de haber comido, de amar y atender a mis propios hijos (y ahora a mis nietos), de no ser dependiente de cada tarea que implica nuestro propio esfuerzo.

Mi madre siempre fue ama de casa, pero sacaba tiempo a veces para ayudar a mi padre con los gastos. Eran buena pareja; los recuerdo sanos y siempre ejemplares. Nunca los vi pelear o discutir, y menos frente a sus hijos. Y no porque no hubiera problemas, vivíamos en medio de ellos.

Pero sin duda fue mi madre quien mejor se las apañaba para ver que sus hijos salieran adelante, que estuvieran bien y no se desviaran del propósito de cualquier buena madre; ver que sus hijos, amados y protegidos, hagan bien su propia tarea de vivir bien.

¡Dios bendiga a todas nuestras mamás!