Medios tradicionales vs. Facebook

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

La gran promesa de las redes sociales virtuales era conectar a las personas a través de la red, darle voz a quien no tiene, a través de una plataforma libre sin intermediarios que editen o censuren el contenido de las publicaciones. Lo cual fortalecería el debate público y elevaría el nivel de discusión de ciertos temas considerados importantes para quienes los colocan en un espacio público: contribuiría a la democracia y la gobernanza.

El papel de las redes sociales era servir de contrapeso a la gran influencia perniciosa de los llamados medios de comunicación masiva, como los diarios, las televisoras y las empresas de radio, quienes respondían a los intereses corporativos de carácter político o económico de ciertas élites, en detrimento de los ciudadanos que no tenían otra alternativa de información sobre la realidad. Se trataba de un cambio de perspectiva en la cual el ciudadano podría salirse de la agenda mediática y proponer otras cosas sobre las cuales llamar la atención, e incluso mostrar otras narrativas que permitieran construir marcos de interpretación distintos a los grandes medios, más ciudadanizados, menos comerciales.

Esta gran promesa y este supuesto contrapeso se han diluido en el mar embravecido de las multitudes mal informadas, cada vez más polarizadas que pueblan las plataformas de las redes sociales.

Las redes sociales virtuales nos han hecho más ingenuos y menos tolerantes con los que no piensan como nosotros y nos han dado herramientas para salir a cazarlos.

A través de los diez mil documentos internos de la compañía Facebook, filtrados a 17 medios de comunicación en Estados Unidos, Frances Haugen, exempleada de la empresa revela que Facebook tiene cabal conocimiento y consciencia, desde hace un tiempo, de que pierde atractivo entre la población más joven, lo cual ha hecho que en repetidas ocasiones haya modificado en algoritmo de su newsfeed con el cual dota de contenido personalizado a los usuarios.

Estas modificaciones en lugar de privilegiar a las personas y su privacidad, han sido utilizadas por la compañía para generar más ganancias económicas a partir de apostar por el discurso polarizador y de odio, que retiene a los usuarios durante más tiempo en la plataforma, dando más clicks y consumiendo más publicidad personalizada.

En algunos casos, como consta en uno de los informes, en Instagram, plataforma perteneciente al consorcio de Facebook, cuando las adolescentes tendían a estar vulnerables y sentirse mal acerca de su propio cuerpo, la plataforma les dotaba de información con la cual las hacía sentir peor, poniendo en riesgo la salud mental de menores de edad.

La seguridad también es un tema que preocupa pues la compañía alienta a los menores de edad a tener una cuenta sin necesitar de supervisión o control parental, poniendo en riesgo a los menores ante cualquier amenaza, desde su pérdida de privacidad, hasta ser cooptados por redes de tráfico de personas o el narcotráfico.

Todo esto pone nuevamente en discusión si las redes deben ser reguladas y qué clase de normas aplicar. Mientras Facebook dice que no puede hacerse responsable de lo que cada persona publica, también es cierto que ha llegado a quitarle ese privilegio a ciertas personas en momentos críticos y que como indican los papeles internos, existe una lista blanca que incluye personas de muy alto perfil a las cuales no se les aplica las reglas del resto de los usuarios aún cuando inciten al acoso sexual o a la violencia.

Paradójicamente, ha tenido que ser una exempleada, Frances Haugen quien sea la informante, una denunciante, una soplona, una delatora de la propia compañía la que saque a la luz pública dicha información para dársela a las compañías de medios tradicionales para su análisis, publicación y difusión. Los medios tradicionales ahora se erigen como contrapeso de las redes sociales y fincan en ello su nuevo crédito social. Quien lo dijera.

 

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