Mercaderes sin escrúpulos

Existen imágenes que, por su alto contenido de violencia, sacuden nuestra mente y se quedan un buen tiempo en la memoria. Los relatos de Semana Santa se impregnaron en mí desde niña por su evidente agresividad y dolor. Pero en la juventud, mi atención la captó el mismísimo Jesús echando a los comerciantes del templo; su indignación era incomprendida por mí hasta hoy en la edad adulta, ya comprendo su repudio.

Con tal de vender, considero que mostrar personas fallecidas en siniestros viales o como saldo de un hecho violento, es una tendencia atroz en nuestros tiempos que transgrede el respetable ejercicio periodístico, pues se utiliza en sendas portadas de revistas y periódicos con encabezados mordaces e imágenes de alto contenido de violencia gráfica.

Esa práctica atroz pasa por alto los más elementales rasgos de humanidad y respeto a la víctima directa y a quienes se constituyen como víctimas secundarias, es decir, sus familiares y todos aquellos que sufren y lloran por la persona fallecida, cuyos restos son tratados como mercancía para vender más ejemplares.

Lo más desconcertante para mí es que un cadáver igualmente se exhibe en un medio de escasa circulación física –que multiplica su alcance con redes sociales–, con el mismo descaro que lo hacen las grandes empresas de periódicos cuya falsa premisa ética es investigar siempre y conducirse con veracidad. Si investigaran realmente y fueran profesionales, echarían mano de tropos como la metonimia o sinécdoque para nunca dejar de informar, pero sí respetar la dignidad de la persona, cuyos derechos no prescriben al morir trágicamente.

Los hechos de sangre no deben mezclarse indiscriminadamente con el resto de la información generada durante una jornada, pues no sólo pueden generar una impresión deliberadamente catastrófica en los lectores, sino que trastocan los géneros periodísticos y la información organizada según su contenido, como la Gaceta de México en el siglo XVIII, primer periódico en nuestro país.

Los hechos de sangre –la llamada nota roja–, se van volviendo más frecuentes en nuestras sociedades, pero los lectores y la audiencia agradecerán –estoy segura–, una definición clara de las imágenes a utilizar en el periódico y portadas que no vendan el dolor de un ser humano y sus deudos.

Por Carmen Garay

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