Por Mario Barghomz
Al parecer el libro de la científica María Blasco que lleva mismo título de este artículo ha causado mucha expectación en Europa, concretamente en España, de donde es originaria la autora. Y digo esto porque hasta hoy no me ha sido posible conseguirlo en su edición impresa, pero no así en su versión electrónica de la que al menos he podido leer ya las primeras páginas.
Morir joven a los 140 no es un mero eufemismo, sino un argumento científico que se plantea a partir de los descubrimientos de la telomerasa en los telómeros, la enzima protectora que recubre las puntas de nuestros cromosomas, células generadoras de nuestra vida y depósito activo de nuestro ADN.
Ya Elizabeth Blackburn y Carol Greider (compañera científica de Blasco) habían obtenido en 2009 el Premio Nobel de Ciencias por sus descubrimientos de la función de la telomerasa en nuestras células, determinando su permanencia y acortamiento durante nuestro desarrollo de vida.
La telomerasa que nuestro cuerpo genera de manera natural mientras vivimos, es lo que permite que nuestros telómeros se mantengan firmes y contengan el desgaste, también natural, de la vida de nuestros tejidos y órganos a través de la permanencia de las células en nuestro cuerpo.
Como humanos, somos cada tejido, cada célula y cada órgano que nos conforma en el entramado concierto de nuestro ADN. Cada aminoácido que forman nuestras proteínas equivale a la arquitectura del edificio de nuestra vida. Nuestras proteínas forman nuestras células, y éstas nuestros tejidos que dan vida a nuestros órganos.
Nuestra especie, nuestra identidad y nuestro género están determinados por los millones de tipos de proteínas organizadas por nuestro ADN. Son alrededor de 2 billones de células las que dan mantenimiento a la vida de nuestro cuerpo. Y la tarea principal de cada una de ellas es replicarse (dividirse) hasta su muerte.
Las células de nuestro corazón, por ejemplo, tienen solo una vida de 40 años, tras su muerte inminente deben replicarse para seguir después de este tiempo manteniéndonos con vida. Las de nuestro estómago duran solo 16 años; quizá por ello les cueste más trabajo llegar bien a nuestra vejez. Lo mismo pasa con las células de nuestros huesos que para llegar a cumplir 60 años, deben dividirse al menos cuatro veces cada 15 años. Y cada división celular implica un desgaste, un uso de telomerasa que para nuestra vida se traduce en menos salud y menos años de existencia, la aparición de enfermedades biodegenerativas que podemos traducir como envejecimiento celular o senecencia.
Pero hay una situación extraordinaria con las células de nuestro cerebro que llegan a tener una edad de hasta 200 años, o las oculares que duran toda nuestra vida humana. Los telómeros son como un muro de contención contra la vejez y las enfermedades generadas por ella. Son las principales herramientas de nuestras células para mantenernos jóvenes, sanos y vivos el mayor tiempo posible. La ausencia de telomerasa, como dice Blackburn, acorta y debilita al telómero, impidiéndole cumplir cabalmente con su función de protector de cada órgano, cada tejido y cada célula de nuestro cuerpo. La falta o ausencia de telomerasa en los telómeros de nuestros cromosomas, significa la muerte celular (apoptosis), en nuestro sistema; el fin inminente de nuestra vida.
Por ello que el estudio científico posterior a este descubrimiento, apunte a ver cómo nuestro organismo por sí mismo pueda generar más telomerasa o que no se quede sin ella para alargarle la vida a nuestro sistema, y así tener más años de vida, mejores años, quizá 140 sin perder la juventud.
María Blasco se ocupa de ello a partir de ver cómo cromosomas y telómeros puedan impedir que la muerte nos llegue más temprano, evitando que las principales enfermedades biodegnerativas como el Parkinson, la diabetes o el Alzheimer aparezcan de pronto en nuestra vida para quitárnosla.
Ser menos viejos y más jóvenes al género humano siempre le ha importado. Hoy la ciencia nos permite mirarlo no solo como una quimera, sino como una posibilidad más larga de vida.




