Por Gínder Peraza Kumán
Es propio de esta época de Días de Muertos hablar de quienes se nos adelantaron en el camino eterno, pero ¿realmente pensamos, meditamos y analizamos en torno a la muerte? Creo que no. Morir nos parece un asunto ajeno, a pesar que cuando nacemos lo único que tenemos seguro es que un día vamos a morir; pero instintivamente o por condicionamiento apartamos de nuestra mente todo lo relativo a la muerte, y hacemos mal. Desde el punto de vista de la religión católica, el arzobispo Gustavo Rodríguez Vega dijo hace unos días que debemos ver a la muerte no como un castigo, sino como una esperanza de alcanzar la vida eterna.
Hace unos días participamos en una tertulia que tuvo como tema el análisis de la Ley de Voluntad Anticipada, que supuestamente reglamenta el derecho de todas las personas a tener una “muerte digna”. La conclusión final incluyó que, si bien tal ley adolece de fallas serias, representa un avance y un alivio para quienes, ya gravemente enfermos, deciden que no quieren que les apliquen medidas extraordinarias para seguir viviendo, si esto implica un gran sufrimiento.
Nunca he visto a nadie morirse; he visto a gente muerta, eso sí, y a la que más recuerdo es, por razones obvias, mi padre. Lo acompañé durante algunas noches antes del día final, pero no lo vi morir, pues ese trance duro le tocó a una de mis hermanas menores. En ese contacto cercano con la muerte perder a mi padre no me causó de inmediato ninguna reacción dolorosa, y no fue sino hasta una semana después cuando “me cayó el 20”de que ya no tendría más oportunidad de convivir con papá Venancio, y entonces sí lloré, como nunca lo había hecho antes en mi vida y como creo que nunca más lo haré. Bueno, eso espero, pero no es seguro.
Mil tertulias, cien mesas de análisis y un millón de conversaciones de sobremesa pasarían y no agotaríamos el tema de la muerte. Pero consignemos aquí un punto en torno al cual quizá nos podamos poner de acuerdo, y que es que deberíamos recibir desde la niñez y la adolescencia conocimientos y enseñanzas acerca de qué es la muerte, qué lugar ocupa en nuestra historia de vida y cómo debemos afrontarla. Esa preparación seguro que mejoraría mucho la forma en que encaramos el paso al más allá, o a la fosa como dirían los no creyentes, sin miedos, angustias ni dudas. A ver cómo nos tocará.
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El dolor puede ser una muerte chiquita, o una insufrible muerte, quién sabe, pero eso sí, creo que es difícil que alguien niegue que forma parte de nuestra vida. El dolor y el sufrimiento son inherentes al ser humano, algo que es difícil o imposible rebatir, a pesar de lo cual irremediablemente renegamos de ambos cuando nos alcanzan.
Convivir con el dolor es algo que tampoco aprendemos a valorar, y así solemos condenar con facilidad al adulto de la tercera edad que anda por la vida con mala cara, lo cual hace que caigamos en la tentación de criticarlo con dureza, catalogarlo como una mala persona con la que es difícil convivir. Esa actitud persiste hasta que nosotros mismos llegamos a cierta edad en la que el dolor empieza a vivir con nosotros, y entendemos entonces que aquel viejo de mala cara no era un loco amargado e impaciente, sino alguien que, como miles de personas, ya caminaba de la mano con los dolores físicos. Y entonces entendemos, a veces un poco tarde.
Sufrir es una característica humana, y en algún momento pasa a formar parte de nuestra vida cotidiana. Tenemos también, como en el caso de la muerte, que aprender a convivir con el dolor y el sufrimiento, y creo que si logramos entenderlos podremos sobrellevarlos y vivir mejor. En este tema, como en muchos, “Todo es cuestión de actitud”.
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La señora joven se detiene sobre la acera de la esquina, voltea la cara y me mira; yo asiento con la cabeza y con la mano derecha le hago una seña y digo, aunque sé que no me va a escuchar, “pase usted, por favor”, y con una sonrisa ella atraviesa la calle. Un pequeño gesto es éste, pero seguramente le alegrará la vida a la mujer, que pensará que “todavía hay gente amable en este mundo”, mientras yo sigo mi camino con una ligera sonrisa, satisfecho por la oportunidad de mostrar cortesía.
Porque la cortesía, que por desgracia es una cualidad o actitud que se está perdiendo en prácticamente todos lados, beneficia a quien la recibe, pero también hace bien a quien la ejerce. Pruebe usted a ser cortés, y verá cómo se ganará sonrisas y hasta bendiciones.
En este mundo en que la gente suele vivir a velocidad de vértigo, de tal manera que parece llegar a la vejez más rápidamente que las anteriores generaciones, la cortesía, la educación y los buenos modales tienden a desaparecer, con todas las malas consecuencias que implica ese deterioro. Pero si todo es cuestión de actitud, como ya dijimos líneas arriba, es de suma importancia, para desarrollarnos integralmente como seres humanos, practicar la cortesía, que a final de cuentas, creo, beneficia sobre todo a quien es cortés.
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A las puertas del gimnasio, una maceta de tamaño mediano sirve de vivienda a una planta de flores amarillas con pétalos divididos. Paso junto a la planta y se me ocurre detenerme a admirar esos prodigios del color del Sol, y en ese momento llega una abejita que, según lo que he visto y leído, es de la cruza ya dominante entre esa especie, de europea más africana.
Esta alada y diminuta maravilla se posa sobre cada una de las flores y las va revisando lenta y concienzudamente, buscando, como lo hace desde hace miles de años, el polen que llevará a su colmena para la fabricación de miel y cera. La veo trabajar, laboriosa, y tengo que recordar aquel poema del venezolano Elías Calixto Pompa que uno de mis maestros de secundaria nos enseñó, tan bien que quedó como grabado con hierro candente en nuestra memoria, y un fragmento del cual dice melodioso: El pan que da el trabajo / es más sabroso que la escondida miel / que con empeño liba la abeja / en el rosal frondoso.
A veces renegamos del trabajo, aunque hayamos escuchado que redime al hombre, que lo dignifica y le da valor y respeto ante los demás hombres. Yo sugiero respetuosamente esforzarnos por tratar de hacer del trabajo un gusto y un placer; eso se puede facilitar razonablemente si pensamos que algún día quizá queramos hacer nuestra tarea y no hallaremos fuerzas para ello.