Everardo Flores Gómez
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Históricamente, la bicicleta ha contribuido al movimiento feminista debido a que la movilidad permitió a muchas mujeres -antes de la aparición del automóvil- alejarse de sus entornos e ir a lugares a los que difícilmente se podría ir caminando y volver pronto.
A diferencia de los caballos, las bicicletas comenzaron a estar al alcance de grandes sectores de la población, al menos en Estados Unidos, caso paradigmático fue el de las mujeres blancas de clase media cuya vida cotidiana fue transformada por la bicicleta, es en este periodo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que hayamos en los registros de periódicos a las primeras mujeres cicloviajeras que además de las dificultades propias de viajar por distintas ciudades y hasta países con la poca infraestructura existente, lo más difícil quizá fue enfrentar el prejuicio patriarcal de que las mujeres deben quedarse en su casa al cuidado de la familia. En pleno siglo XXI, en algunos países como Arabia Saudita o Irán sigue siendo muy polémico que las mujeres usen la bicicleta como medio de transporte y es en estos mismos países que algunas mujeres se han rebelado a esta situación con duras consecuencias.
Pero no debemos irnos muy lejos para tratar el tema de por qué menos mujeres que hombres usan la bici como medio de transporte, algo que sucede por cierto en la mayoría de los países del mundo y ocurre muy marcadamente en los países en desarrollo como el nuestro, donde el porcentaje de mujeres que usan la bici para hacer sus compras o ir a su trabajo no supera el 5% de los viajes totales en bicicleta y no es algo que ocurra por motivos religiosos como en algunos países árabes sino por el contexto social patriarcal heredado y aún no superado que dicta que las mujeres son seres débiles y que la calle es un espacio salvaje reservado para los hombres.
El automóvil particular ofrece un cierto escudo protector a las mujeres en este espacio canibalesco llamado calle, pero atreverse a salir sin la protección de esa burbuja de vidrio y metal caminando o en bicicleta constituye una verdadera afrenta pues no sólo deben sortear los peligros que cualquier persona debe enfrentar con vehículos motorizados a exceso de velocidad sino que además deben enfrentar el acoso que puede ir una mirada inapropiada o piropo no solicitado hasta alguna agresión verbal, física o la violación.
Se trata de un tema muy delicado que sólo puede resolverse en comunidad reeducándonos todos los días, aprendiendo a respetar a todos pero especialmente a las mujeres y salir a la defensa de quienes veamos vulnerados en sus derechos, sé muy bien que puede parecer utópico extinguir el patriarcado, que por cierto va muy de la mano con nuestra actual cultura cochista y de violencia vial al grado que en la jerga ciclista hablamos también de extiguir el patriarcarro, pero sé también que la violencia exacerbada hacia las mujeres debe parar y debemos hacer todo lo que esté de nuestra parte para erradicarla. No necesito ser mujer para identificarme con su causa, todos de una u otra forma hemos sido vulnerados o agredidos por alguien más.
Es alentador por otra parte que en algunas ciudades como la nuestra cada vez haya más mujeres pedaleando en las calles, lo he comentado en distintos espacios, si quieres saber qué tan segura es una ciudad no cuentes el número de patrullas, de policías o cámaras de vigilancia instaladas, cuenta el número de mujeres pedaleando por las calles, así sabrás qué tan segura es una ciudad, y si las ves pedaleando muy temprano o muy noche sabrás que puedes confiar en esa ciudad. Por lo menos hasta el día de hoy y sin dejar de reconocer los problemas que enfrentan las mujeres en la entidad, no tengo duda que Mérida es una ciudad en la que se puede confiar.