Nuestro cerebro y el cuerpo

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Hace 500 millones de años, durante el período cámbrico, ocurrió un evento extraordinario, ¡apareció el cerebro!. Naturalmente no estamos hablando del cerebro de los mamíferos y mucho menos del cerebro del homo sapiens, pero fue en esta época donde comenzó la historia de nuestro cerebro.

La vida, como la conocemos, había comenzado sin cerebro. Hablamos de criaturas con apenas un puñado de células, pero sin neuronas. Eso pasaba 50 millones de años antes. Cuando el cerebro aparece con la evolución de las nuevas criaturas marinas, éste lo hace para dar inicio a una forma de vida más compleja, más sensitiva y perceptiva.

De hecho, es el cerebro quien les permitirá darse cuenta de su entorno, saber de la presencia de otros seres como ellos y diferentes a ellos. Su misma supervivencia dependerá de la propia capacidad de percepción que desarrollen a través de su cerebro, o viven para adaptarse a las circunstancias eligiendo bien lo que comen, o mueren siendo alimento de otros, sólo la virtud de su desarrollo perceptivo les permitirá sobrevivir y prosperar.

Así nació y fue evolucionando nuestro cerebro, haciéndose cada vez más complejo y asumiendo una de sus principales tareas, ¡nuestra sobrevivencia!. Sin cerebro no seríamos quienes somos, no sólo no pensaríamos o tendríamos consciencia, sino que no sabríamos a qué sabe un alimento o cómo se siente la lluvia o el viento. Todos nuestros sentidos están orgánicamente conectados al cerebro.

Nuestra misma tarea de caminar, escuchar, oler, mirar, dependen absolutamente de nuestras funciones cerebrales. El cerebro es quien imagina o sueña, nos permite movernos, hablar, comprender o tener la facultad de escribir, apreciar el arte musical o asombrarnos ante una pintura, cada cosa que le atribuimos a nuestra función corporal, depende en muchos sentidos de la capacidad de nuestro cerebro.

No existe cosa que el cuerpo no haga o sienta sin relación con el cerebro: correr, sonreír, dormir, amar, sentirnos tristes o enojados, animados o cansados, son aspectos naturales de la relación cerebro-cuerpo. “Los hombres deben saber que las alegrías, gozos, risas y diversiones, las penas, abatimientos, aflicciones y lamentaciones proceden del cerebro y de ningún otro sitio” -dice Hipócrates-.

Actualmente sabemos, y en base a los nuevos descubrimientos de la investigación neurocientífica, que nuestro cerebro no es un órgano aparte del resto de nuestro cuerpo. Y aunque como sabemos también, tiene funciones específicas como el pensamiento, la consciencia y la ejecución de nuestros actos; se encarga además de regular nuestra temperatura corporal, la respiración, el movimiento y nuestra sensación intestinal.

No hay nada (o muy poco) que el cuerpo pueda hacer sin nuestro cerebro. Los mismos latidos de nuestro corazón dependen de su relación con el cerebro, una situación de estrés, ansiedad o depresión, se derivarán invariablemente hacia el estómago, el corazón o nuestro sistema cardiovascular.

Muchas de nuestras enfermedades psicosomáticas encontrarán su causa en la nula o mala capacidad cerebral. Las perturbaciones emocionales, síndromes o trastornos hoy a cargo de psiquiatras y psicoterapeutas; son la prueba evidente de que un cerebro no está funcionando bien. Y tarde o temprano se convertirán en la consecuencia emocional de las enfermedades del cuerpo.

Cuando las primeras criaturas del periodo cámbrico empezaron a desarrollar un cerebro, se volvieron especies no solamente más astutas, sino saludables. Fue su cerebro quien las mantuvo vivas y les permitió conservar su especie por generaciones.

Hoy, como la especie más evolucionada del planeta y por tanto la más inteligente entre todas las demás, aún sobre aquellas de naturaleza muy especial con cerebros muy sofisticados; debemos sobreentender que la salud de nuestro cuerpo, dependerá siempre de nuestra buena salud mental.