Nuestro planeta

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

La historia y devenir de nuestro planeta, son teorías aún por definirse. Tanto para la filosofía, la religión (o las religiones con sus mitos) y la Física Cósmica (Cosmología); nuestro planeta sigue siendo un misterio aún por develar.

Dentro de su sistema planetario, en el interior de su Cosmos mismo y como parte de nuestra Galaxia y su Universo; nuestro planeta es un misterio de balance en relación a su posición cósmica, ni tan lejos ni tan cerca del sol que le da vida y el equilibrio mismo con su satélite.

De 12,742 km. de diámetro y sólo una cuarta parte de tierra en él, nuestro planeta nunca fue el mismo desde su nacimiento, hace 13,800 millones de años. Su origen fue caótico y entrópico. Nada en él podía permanecer vivo. Era un hervidero de gas volcánico (cósmico) y ausencia de oxígeno. Sin capa de ozono que lo protegiera de los rayos ultravioleta del sol, ni agua (ni la más mínima gota). Cómo es que entonces se llenó de criaturas tan diversas y disímiles entre sí mismas; criaturas acuáticas, aéreas, selváticas, desérticas, polares y de tierra… ¡No lo sabemos realmente!

Los antiguos griegos (que es de donde proviene nuestra cultura occidental) creían que no fueron los dioses los que crearon el Universo, sino que fue el Universo mismo quien los creó a ellos. Y en ese mismo sentido, ni toda nuestra ciencia ni toda nuestra filosofía, pueden aún determinar de manera más cierta y precisa, más allá de los mismos mitos y las teorías sobre nuestra especie; cómo se formó nuestra galaxia y nuestro planeta en ella. Cómo es que la vida evolucionó como lo postula Charles Darwin.

¿Nacimos realmente del agua y luego nuestra evolución se fue adaptando a la tierra? ¿Somos los más aptos para vivir en ella? ¿Nuestro planeta se formó luego del Big Bang? Son preguntas para las que la Cosmología y la Física Natural, sólo tienen teorías (hipótesis), pero nada más cierto ni concreto. Nada más racional ni evidente, diría el maestro Aristóteles, que asimismo también se equivocó en su apreciación del cosmos. Y que, sin embargo; de él se derivaron después las teorías de Kepler y Newton. Sobre todo en cuanto a lo que determinaba como “Éter” (espacio vacío), en el que todo el Universo se sostenía, hasta que Albert Einstein cambió esa premisa.

Lo cierto es que nosotros no creamos la Tierra. Fue ella quien nos creó a nosotros. Y como creadora y madre, nos determina. El proceso de vida en toda su diversidad; el clima, su ecosistema, su biodiversidad, no dependen, o lo hacen muy poco, de nuestro modo de vida en él. Somo apenas sus criaturas, como las abejas o las hormigas, como los castores que por más que cambien el rumbo o contengan el agua de su hábitat, no determinan ni evitan la naturaleza misma de la vida en él. Así el hombre y su necesidad de vivir en ciudades, ajustando y desajustando un ambiente propicio para su bienestar; talando, excavando, o conteniendo mares y ríos, desviando y construyendo como lo hacen también las hormigas, las abejas y los castores.

Si un día la Tierra se acaba (que, como todo organismo vivo, se acabará), no será por sus criaturas, sino por su propia naturaleza. Sus volcanes, sus sismos, sus maremotos, sus tifones y cada uno de sus movimientos naturales que aún no logramos entender, serán un día los que determinen su cambio o su extinción, como hace millones de años lo ha hecho ya.

Ni los animales más salvajes o venenosos, los más corpulentos o exóticos; podrán nunca determinar, como criaturas que son (el hombre incluido), ningún cambio significativo o determinante para que nuestro planeta deje de existir. Él, dentro de su universo mismo y perteneciendo a un sistema de inteligencia cósmica; determinará su propia extinción. Pero también para que esto suceda (esto sí lo podemos señalar) faltan miles de millones de años.

Los que hoy vivimos en él, y por generaciones y generaciones y generaciones… ¡Nunca lo veremos!