Mario Barghomz
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Sin duda hoy son nuevos tiempos, aunque para mí, cada día que amanece en el universo es un nuevo tiempo, una nueva oportunidad de vivir. “Nadie cruza dos veces el mismo río” -habría dicho Heráclito-, en referencia precisamente al flujo mismo del río y al cambio natural de nuestra persona.
Y es en este mismo sentido donde todo tiempo de vida es un destino, y todo destino una tarea humana, particular y propia, responsabilidad de cada uno. Es en cada tarea humana donde radican las semejanzas y las diferencias; aquellas que nos igualan, pero también aquellas que nos distinguen a unos de otros.
Hoy nuestro país vive nuevos tiempos, tiempos de cambio, pero también de flujo. En el espectro social y político son días históricos con una mujer al mando de la presidencia de la República, lo que sin duda es un indicador presente del devenir cotidiano de nuestra historia. No es lo mismo, sino distinto y diferente; que ahora sea una mujer la que lleve las riendas del destino de nuestra nación cuando antes habían sido sólo hombres los que nos gobernaran.
Son nuevos tiempos y nueva cara la de una historia que sin embargo continúa vigente, reconstruyéndose, renovándose, cambiando también en el itinerario actual del desarrollo y evolución social del mundo. Porque no es extraño ni extraordinario, sino propio e inherente a una cultura que evoluciona y avanza, dentro del desarrollo mismo de nuestras civilizaciones.
La historia de nuestro país no es ajena a la historia del mundo, ni a la historia misma de nuestra evolución antropológica. Nuestra historia (nuestra memoria social y colectiva) sólo es consecuencia de la historia de otras naciones, de naciones europeas y orientales, de guerras colectivas y éxodos masivos, de invasiones, de luchas por la independencia y la libertad, de revoluciones, de cambios constantes y la instauración de nuevos paradigmas constitucionales.
Nuestra historia social y política se parece a todas las otras historias del mundo, sobre todo a las del mundo occidental a quien reconocemos como el parámetro y raíz de nuestra educación y cultura, de nuestra manera de pensar y percibir el mundo. Tanto el mundo actual como aquél otro de donde venimos.
Hoy son nuevos tiempos, y por supuesto lo que más nos conviene es que sean mejores. Pero también nosotros debemos de ser mejores, ser otros si es necesario, fluir de otra manera; más en paz y más sabios, más prudentes y diligentes en todo aquello que depende sólo de nosotros mismos. Porque si yendo hacia la posteridad nos va bien, sólo será por lo que nosotros mismos hagamos. Y si mal nos va; también será nuestra propia responsabilidad.
Nuestra nueva cara será sólo la cara de un semblante propio y no ajeno, una cara que corresponda al bienestar de nuestro espíritu y a la sabiduría (o estupidez) de nuestras acciones. Somos nosotros mismos más allá de la política y la conciencia colectiva; lo que determinará nuestra buena o mala vida. Una vida plena o miserable, aceptable o desgraciada.
Naturalmente la vida mejora cuando se vive en entornos y ambientes apropiados, cuando ocupamos el tiempo en el bienestar y desarrollo mismo de nuestra persona, cuando actitud y optimismo llenan nuestra mente, corazón y cuerpo. Y la plenitud o vacío sólo corresponderán a la persona que somos. Nunca será de otra manera.
Amor, bienestar y bondad, fraternidad y justicia deben ser los ingredientes básicos de cualquier buen cambio, de cualquier orientación de vida y futuro, en lo particular y en lo social, en aquello que uno mismo busca para fortalecer y beneficiar a su propia persona, y en aquello que en lo social nos iguala en responsabilidad y humanidad con los otros.