Texto y fotos: Manuel Pool Moguel
LA LLEGADA DE LA MEZCLILLA y la apertura de tiendas de ropa que venden pantalones y camisas de poca calidad, pero a precios muy bajos, ocasionó que la sastrería se haya convertido en un oficio en peligro de extinción.
Perdidos en uno de los locales ubicados en un callejón parecido a una vecindad de la calle 64, muy próximo al que por muchos años fue el Teatro Héctor Herrera, encontramos a Gilberto Chan Canul, quien cuenta con 71 años de edad, de los cuales, 55 dedicó a la sastrería, que en sus buenos tiempos le permitió darles carrera profesional a sus hijos, de los cuales ninguno continúa con esta labor.
“Gracias a mi hermano Luis, que fue quien me enseñó, estoy en esto desde los 14 años, pero la actividad cayó desde hace mucho. Antes trabajábamos para conjuntos musicales como Chicken y sus comandos, Los Auténticos, los Corsarios y La Chácara, que se presentaban a tocar ‘trajeados’; ahora los grupos trabajan con cualquier ropa y hasta pintarrajeados”, indicó el entrevistado, quien agregó que en la actualidad sigue en la actividad sólo para completar los dos mil pesos de pensión que recibe al mes por parte del Seguro Social.
“Ni clientes hay, dependo de lo que me da una rentadora de trajes que paga una bagatela, ¡pero qué más queda si es el único lugar que nos da trabajo!”, dijo.
Y mientras don Gilberto cuida hasta el más mínimo detalle en la prenda que confecciona, llega al taller su hermano Idelfonso, quien comentó que él está dedicado sólo a los pantalones.
“A pesar de que soy más grande, vine de Umán a aprender el oficio a los 18, y sí fue duro, porque era secretario de albañil y después de trabajar en las mañanas, de las 5 y media de la tarde y hasta la media noche me metía en el taller de sastrería, que nos dio grandes satisfacciones cuando hubo chamba, pero ahora no hay nada. La muerte del sastre fue la llegada de la mezclilla del vaquero y los pantalones de marca”, dijo.
“Estamos en vísperas de que inicie el ciclo escolar”, expresó don Idelfonso, pero al preguntarle si mucha gente les encarga que hagan los uniformes de sus hijos, sonríe y comenta con melancolía: “Eso ya se murió, ya nadie te da uniformes para hacer, para el sastre ya no queda nada, porque cobramos cierta cantidad por la manufactura de un pantalón, cuando en alguna tienda de ropa se encuentran con pantalones de cien pesos, aunque sean de menor calidad, y eso nos mata”, aseguró.
–Lo que pasa –intervino don Gilberto– es que esas tiendas mal pagan a los sastres que les trabajan, les dan diez pesos por pieza, y entonces tienen que fajarse para sacar más, porque con 600 pesos a la semana no se vive.
Según comentaron, el costo de la hechura de un pantalón o de una camisa es de 160 pesos, más la tela, y aunque es accesible, en la actualidad sólo la gente de más de 50 o 60 años prefiere utilizar una prenda elaborada en casimir, pues los menores se inclinan a utilizar mezclilla, y en el caso de los jóvenes con rasgaduras en la tela.
La confección de un traje, es decir saco y corbata cuesta mil 500 más 250 si el cliente desea que se le haga el chaleco.
-A como está el panorama, en mi caso, que tengo 74 años, aunque espero vivir más tiempo y quisiera ser independiente, no me queda más que irme a mi casa y que me mantengan mis hijos –comentó don Idelfonso, quien reveló que ninguno de sus descendientes seguirá sus pasos: “¿Qué se puede hacer? ¿Para que enseñar a los hijos si no hay trabajo?”.