Otra marcha

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

Cuando un atleta se encuentra en la cima, con su medalla de oro o con la copa del mundo en sus manos, tiene que aprender que, a partir de ese triunfo, sus adversarios se multiplicarán. Todos quieren su puesto. Cabe en él la prudencia de dejarse llevar por sus emociones y reaccionar mal o aprender a que la verdadera proeza es competir contra sí mismo y en consecuencia, preocuparse solamente por sus logros, en lugar de escamotear los de la competencia.

Andrés Manuel, desde que llegó a la presidencia, experimentó lo mismo, está solo en la cúspide, pero no ha reaccionado como muchos esperábamos. Para él todo lo que hace la gente que le demuestra su desacuerdo es un ataque personal y necesita ser respondido, no solamente en la misma dirección, sino proporcionalmente mayor en fuerza, y si es posible, con poder aniquilador.

Si los periodistas abordan temas que le son incómodos y lo critican, crea un espacio llamado “¿Quién es quién en las mentiras?”, en el cual no solo los denigra profesionamente, sino les llena de adjetivos y epítetos personales. El mismo título de la sección ya habla de que la prensa es, de por sí, mentirosa. No admite como fiables las estadísticas que el propio Estado proporciona y dice tener “otros datos” en su poder, dando a entender o que los datos del Estado están mal o que los suyos son los auténticamente ciertos y válidos. Los críticos son malintencionados.

Si los congresistas se oponen a sus reformas, haciendo uso de su derecho a votar, les llama “traidores a la patria” y arremete contra ellos como si fuera su obligación cumplir su voluntad sin reparos. Sus correligionarios les vituperan y les abren procesos judiciales en su contra. Lo que antes se llamaba “dedazo” y era criticado, ahora parece ser necesario para la “transformación”.  Los detractores son traidores.

Si los jueces o los magistrados en la Suprema Corte de Justicia de la Nación sentencian en contra de disposiciones que tienen menor prelatura, como los decretos que pretende imponer por sus propios arrestos, les llama corruptos, cómplices del antiguo régimen o leguleyos. Les increpa: “que a mí no me vengan con eso de que la ley es la ley”. Si la ley no le da la razón, la ley se equivoca. El poder judicial necesita ser reformado.

Si los órganos autónomos como el IFAI o el INE cuestionan su proceder, en el primer caso por publicar datos personales sensibles de comunicadores o, como en el segundo, de llamarle la atención por hacer proselitismo con su gabinete desde el gobierno en las elecciones intermedias, les amaga con borrar de un plumazo su existencia.

Cuanto disidente se expresa con diferencias o es reticente con su modo de ver la vida, el presidente no solo reacciona, sino que les ataca, aunque él dice que se “defiende” porque tiene “derecho de réplica”, aunque en ningún caso lo reclame como lo que dicta el reglamento vigente para hacerlo valer en los casos que así procede.

Abre frentes contra la prensa, contra el poder legislativo, contra el poder judicial, contra los órganos autónomos, contra los empresarios, contra gobiernos extranjeros a los que amedrenta con pausar relaciones diplomáticas… y ahora también señala a los quienes salen a marchar en las calles de todo el país, les descalifica llamándolos derechistas, conservadores y la larga lista de adjetivos peyorativos que tiene a la mano. La reacción es inmediata: cambia las fechas del informe y llama a su propia marcha. Reacciona visceralmente.

No se trata de callar a todo el mundo. Se trata de demostrar con estadísticas, hechos, argumentos, leyes, si tiene la razón. Las calles no son propiedad del Estado, eso debería de saberlo antes de tratar de encabezar marchas desde el gobierno. Y una marcha desde el gobierno no va a servir de nada más que alimentar su ego.