Otra oportunidad para sonreír

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

La tregua no es mi libro favorito, aunque fue la primera obra en la que leí un apunte de diario del día 22 de abril. En la novela el 22 fue lunes, aunque hoy es viernes, fin de semana, el día del concierto de Zoé, la antesala del descanso habitual, un aniversario, las últimas horas de un ciclo, un nuevo comienzo, otra historia por escribir.

Esto no es un libro, mucho menos un diario. Es papel periódico, hoy se leerá y mañana tal vez sirva para hacer piñatas, envolver regalos o limpiar vidrios de coches. Pero mientras pasa eso, pensemos que sí es un libro, ¡mejor un diario! Uno íntimo sobre las batallas perdidas, las noches sin dormir, las equivocaciones más absurdas, las metas cumplidas y todo lo desconocido que hay en este mundo.

En la fiesta de los seis me vistieron con camisa negra, overol blanco y una pajarita roja bien apretada. Lo chistoso fue combinar todo eso con unas botitas negras de charol. Me veía muy bien, lástima que me la pasé llorando durante toda la celebración.

A los quince no hubo pachanga ni vals, pero sí muchas felicitaciones y un pastel que terminó embarrado en mi rostro juvenil. A veces pienso en esos años y no extraño ni un poco la ropa holgada que siempre me obsequiaban.

Tomando mucho vodka y whisky con entrañables amigos fue como recibí los veinte. La música estridente nunca faltó, tampoco aquella sensación de que la existencia no dejaba de girar a mí alrededor. Fue una época inolvidable en la que tenía más vitalidad durante las noches que cuando salía el sol.

Me volví un completo noctámbulo a los veinticuatro, fue el primer acto de valentía del que quizás no me arrepiento, no se puede juzgar a alguien cuando decide apostarlo todo por perseguir sus sueños. Pero la recompensa para todo sufrimiento vino un año después, cuando conocí el amor.

Muchas cosas mejoraron desde que comencé a visitar cafeterías para platicar y admirar los atardeceres más lindos. Por siempre estarán en mi corazón los momentos compartidos entre tazas de café caliente o frío, mientras que afuera la vida pasaba veloz como siempre y sin detenerse a observar quiénes eran aquellos y nosotros.

Cuando alcancé los veintiocho comencé a escribir aquí. Fue todo un desafío porque nunca había escrito algo sin saber la identidad del lector. Quizás he resultado ser un buen disparador de balas porque no me he quedado sin armas, ni ningún tercero me ha cortado el ímpetu de contar historias.

Cerca de los treinta escribí la carta más sincera que pudo salir de mi cabeza, aunque después ocurrió una hecatombe sin precedentes. No solo se propagó un mal, sino que también me caí en un espiral del que tardé mucho en salir.

Hoy es 22 de abril. Viernes. Me levantó el intro de The Walking Dead que uso como alarma. El internet está encendido, veo la luces azules en la moribunda oscuridad de un cuarto con cortina negra semiabierta.

Faltan cincuenta minutos para comenzar a escribir. Veo el teléfono, confirmo la fecha y, antes de levantarme, agradezco con mucha sinceridad la oportunidad de tener otro día para aprender, querer y sonreír.