Mario Barghomz
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La palabra “terapia” se deriva del griego “therapeia” que literalmente significa “tratamiento”. En ella (therapeia) hay un verbo: “therapeuein” que en su acción quiere decir cuidar, atender, aliviar. De aquí y en este sentido; también el origen del término está ligado al prefijo “psico” (de “psike”) que se traduce como mente o alma.
Ir a terapia entonces, asistir a una serie de sesiones con el psicoterapeuta; será precisamente por la necesidad de una persona de desear sentirse bien, cuidarse, aliviarse.
¿Pero qué le duele o qué le enferma a un paciente que acude a psicoterapia?, nada precisamente del cuerpo que tenga que ver con su fisiología, es decir, con la parte orgánica o física que sin embargo están relacionadas porque es al cuerpo al que le duele el alma, el que está alterado o perturbado de sus emociones y sentimientos albergados en él.
El estrés, la tristeza, la angustia, el miedo, la soledad, la melancolía, la ira o el desencanto; son sensaciones que el psicoterapeuta debe atender. Es precisamente en psicoterapia donde cada emoción o sentimiento del cuerpo deben encontrar su salud, orientación y equilibrio.
La perturbación en la mente (o el pensamiento) de un paciente que regularmente se diagnostica como un “trastorno”, debe ser abordada, primero entendida y luego atendida, en una serie de sesiones previstas por el psicoterapeuta (cuatro como mínimo para poder hacer un diagnóstico), naturalmente previo consentimiento del paciente.
El ejercicio de la psicoterapia profesional realmente es muy reciente. Fue alrededor de los años sesenta cuando europeos y norteamericanos, dadas las circunstancias tanto de la psiquiatría como de la medicina, se dieron a la tarea de continuar lo que ya Sigmund Freud había comenzado desde finales del siglo XIX y principios del XX.
El Psicoanálisis Freudiano dio lugar a todas las variantes, modelos y métodos con los que los profesionales hacemos psicoterapia. Todas enfocadas independientemente de sus estilos, a la tarea de recuperar y atender a pacientes perturbados mental y emocionalmente.
Quizá sea la “Psicoterapia Clínica” la que mejor representa la confianza de un paciente no acostumbrado, ni por tradición ni costumbre (que no existen en nuestro medio), a ser intervenido del alma. La misma falta de educación y cultura, más la poca experiencia de una ciencia aún tan joven, provoca desconfianza en aquellos (estadísticamente cada vez más en número) que de pronto se sienten atormentados por la “locura”.
La psicoterapia en su ejercicio tiene que ver con la alteración del ánimo, los sentimientos y las perturbaciones que de pronto irrumpen en el alma de la persona para trastornarla. Con ello la falta de orientación, serenidad y juicio serán evidentes ante su percepción del mundo.
Nos debe quedar claro que el estrés (en cualquiera de sus manifestaciones), el agotamiento por exceso laboral, las pérdidas afectivas (por muerte, abandono o divorcio), la ira reprimida o el enojo crónico, el miedo (a la muerte, la enfermedad o a la vida), los sentimientos de soledad o de tristeza, etc.; tienen que ser atendidos en un programa de psicoterapia.
No es lo mismo seguir estando en este mundo siempre temeroso y enfermo, a estar bien y saludable.
Todo en un sentido más estricto, tanto la salud física (orgánica) como la del alma (la de la mente), tiene que ver con el bienestar de nuestros “sentimientos híbridos” como les llama hoy la neurociencia y que surgen de nuestras propias vísceras (el corazón, los pulmones, los intestinos, el hígado…) como los derivados de nuestra mente (emocionales).
¡Sentir-me bien!, ¡sentir-me pleno!, ¡sentir-me saludable!, ¡sentir-me a gusto!, ¡sentir-me en paz! o ¡sentir pena!, ¡sentir miedo!, ¡sentir dolor!, ¡sentir-me triste!, ¡sentir-mi angustia!, ¡sentir-me enfermo!. De eso se trata siempre la vida, de los sentimientos. De lo que se siente tanto en el cuerpo como en el alma; a veces bien, a veces mal.
Y cuando los sentimientos no están bien sino perturbados; hay que acudir a psicoterapia.