Para que se eduquen

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

México ha vivido todo tipo de marchas. Desde aquellas en las cuales se reclamaba el fraude electoral a Cuauhtémoc Cárdenas, hasta aquellas de los fanáticos de los personajes de los zombies, que marchan caracterizados.

Una marcha, para los políticos representa la ocupación del espacio público que busca tener eco en el espacio mediático, como mecanismo de posicionamiento de ideas o valores que se puedan replicar socialmente y se instalen en la conversación cotidiana, ya sea presencial o a través de las redes sociales virtuales.

Las marchas supuestamente hacen visible la protesta social en la que la concurrencia acude “espontáneamente” a formar parte del cuerpo articulado en torno a una causa que encuentra meritoria y relevante.

Como es de esperarse, quienes abrigan la causa de los que protestan, califican de un ejercicio legítimo de disenso la demostración pública del descontento y tratarán siempre de establecer la importancia de la inconformidad proporcionalmente al número de manifestantes reunidos.

En el caso de los detractores, buscarán siempre elementos para deslegitimar la causa, para restar importancia al evento, descalificar a los protestantes, argumentar las incomodidades que provoca a otros ciudadanos, abogarán por la interrupción del derecho al libre tránsito, el riesgo de la integridad de la propiedad privada o la escalada de violencia que pueda descomponer el orden social. O de plano, ridiculizar al evento y a sus asistentes.

Andrés Manuel López Obrador, antes marchista y ahora funcionario, lo sabe bien. Tal vez mejor que ninguno. Le parece que quienes se manifiestan han sido acarreados o que se les ha pagado. Habla de patrocinio de grandes corporaciones ligadas a aquello que califica como “la mafia del poder” o “el conservadurismo”.

Pareciera que solamente las marchas eran algo bueno y legítimo cuando él las convocaba. Y uno, que es mal pensado se cuestiona ¿cuánto habrá costado el plantón, en 2006, de 48 días en Reforma que organizó para esperar la resolución del Trife sobre lo que calificó como fraude electoral? ¿Quién lo habrá financiado? Si ya no trabajaba, ¿el pueblo bueno de manera espontánea lo mantuvo sin esperar nada a cambio?

Él que desde la oposición criticó la mano negra de los presidentes del PAN y del PRI, por hacer proselitismo desde el privilegio de sus puestos financiados con dinero de los contribuyentes, ¿ahora convoca a una marcha desde el poder para servir de contrapeso a la organizada por sus adversarios? ¿En realidad cree que su convocatoria no puede traducirse en un acarreo, unas veces servil y otras obligado por parte de los funcionarios de su gabinete por él nombrados con la intención de mostrar un número mayor de manifestantes?

¿Es a través de este despliegue de recursos y de personas que desdeña la posibilidad de hablar sobre la reforma electoral y sus propuestas? ¿No sería mejor una serie de explicaciones sobre sus alcances y beneficios?

Cuando se pretendía instalar la moderna república en Estados Unidos, como una forma de gobierno en las entonces 13 colonias, Alexander Hamilton, James Madison, y John Jay buscaban impulsar una federación. Para lo cual desde la columna de un periódico escribieron una serie de ensayos que abordaban a profundidad la justificación del diseño que tenían en mente. Estos trabajos se reunieron posteriormente en un volumen, ahora clásico de la ciencia política llamado “El Federalista”, que hace las veces de material didáctico para los ciudadanos y el conocimiento del sistema y la democracia.

No es con la división y la calle con la cual se construye la democracia sino con la educación que demuestra el valor de la tolerancia y la importancia de los contrapesos en el poder.