El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, declaró que la primera lectura, tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos lleva al día de Pentecostés, a la primerísima predicación del Evangelio, con la buena noticia de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Eran como las 9 de la mañana de aquel domingo de Pentecostés, cuando en torno a la casa donde se encontraban los Apóstoles y los discípulos, se reunió una gran multitud de personas venidas de distintas naciones y hablando diferentes lenguas.
Señaló que los convocó el fenómeno de los fuertes vientos que conducían a aquella casa, así como también el ver salir a los Apóstoles y discípulos hablando y alabando a Dios, de modo que cada uno en la multitud entendía en su propio idioma.
“Los antes cobardes e ignorantes salieron de aquella casa llenos del Espíritu Santo, que se manifestó con las llamas de fuego que se posaron sobre cada uno de los Apóstoles. Entonces San Pedro fue, quien ya afuera, tomó la palabra para explicarle a la multitud lo que estaba ocurriendo. Dentro de su discurso habló tanto del ministerio de Jesús, acreditado con los milagros que realizaba, como de su pasión, muerte y resurrección”, indicó.
Luego Pedro centró su discurso en la profecía que hizo el rey David, más de 900 años antes, cuando dijo: “Por eso se me alegra el corazón y mi lengua se alboroza; por eso también mi cuerpo vivirá en la esperanza, porque tú, Señor, no me abandonarás a la muerte, ni dejarás que tu santo sufra la corrupción del sepulcro” (Hch 2, 26-27).
“En verdad el sepulcro del rey David permanece aún en Jerusalén hasta nuestros días. En sus palabras, David abriga la esperanza que ahora sabemos, y que es para todo hombre; que la muerte no es para siempre, pero que además ya hay un santo, a quien él estaba anunciando, el único que no conoció la corrupción del sepulcro, ese es nuestro Señor Jesucristo. Sin la resurrección de Jesús, las palabras proféticas de David pierden totalmente su sentido y razón de ser”, indicó.
Explicó que claro que, con el paso del tiempo, la Iglesia reconoció que Jesús tampoco permitió que su Madre santísima conociera la corrupción del sepulcro, y esa realidad la Iglesia la veneró desde la antigüedad hasta nuestros días; el hecho, pues, de que María fue luego llevada en cuerpo y alma al cielo. El día en que Pedro predicaba esto, María se encontraba entre los discípulos, “gratia plena” del Espíritu Santo. Al final, aquella mañana, se convirtieron y bautizaron unas tres mil personas.
“Nuestros cuerpos, que viven amenazados por las enfermedades y cualquier posible accidente, pueden vivir en la esperanza, y esta esperanza debe mitigar el temor ante la posibilidad de la muerte. Los buenos cristianos mantendremos siempre la serenidad por esta bella esperanza que ponemos en la resurrección del Señor, que nos alcanzará después de la muerte”, destacó.
Dijo que, de nuevo, Dios nos habla por medio del apóstol san Pedro, pero ahora desde su primera carta, y nos invita a todos los que llamamos “Padre” a Dios, para que vivamos siempre con temor filial durante nuestro peregrinar por la tierra.
Texto y foto: Darwin Ail