El obispo auxiliar de Yucatán, Pedro Mena Díaz, declaró que no nos cansemos, pues, de elegir el camino de la santidad, porque quien se lo proponga, lo podrá encontrar y seguir. “Tengamos en cuenta que Jesús es el camino, la verdad y la vida”.
Al oficiar la misa en la Catedral de San Ildefonso, en sustitución de monseñor arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, quien reposa unos días por un problema de salud, explicó que los israelitas, desde tiempo de Moisés, fueron llamados a vivir en santidad, por la simple razón de que Dios es santo. Este llamado aparece en la primera lectura de ayer, tomada del libro del Levítico.
Señaló que, ahora bien, la santidad para el israelita consistía principalmente en no odiar a sus hermanos, ni en lo secreto de su corazón; consistía también en corregir a los hermanos y en no vengarse de sus maldades, porque estas cosas significan amar al prójimo como a sí mismo.
A primera vista parecería que el llamado de Cristo en el evangelio de ayer, según san Mateo, es idéntico al del Levítico, pues Jesús también exhorta a sus discípulos a ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto.
Señaló que la originalidad del mandato de Jesús es que pide amar, no sólo a los miembros de su pueblo, sino a todo ser humano; nos invita a amar, no sólo a los que nos aman, sino incluso a nuestros enemigos. Esta enseñanza es totalmente inédita, y aún ahora es novedosa, cuando volvemos a experimentar el daño que nos causa una persona que no nos ama.
Dijo que Jesús invitó a superar la Ley del Talión, que permitía castigar proporcionalmente a la ofensa, la cual decía así: “Ojo por ojo, y diente por diente” (Mt 5, 38). Jesús nos pide ser generosos con las personas que nos hacen el mal; nos invita a no buscar venganza, sino a dar siempre otra oportunidad; y nos motiva a ser generosos con quien acuda a nosotros en su necesidad.
Agregó que todo mundo puede saludar a quien lo saluda, y todo mundo ama a quien lo ama. Así es que el mérito cristiano se encuentra en saludar a quien no se interesa por nuestro saludo y nunca nos saluda.
“El mérito cristiano está en amar incluso a los desconocidos, a los que no son nada nuestro, interesándonos por su bienestar; más aún, está en amar a los que pensamos que no se lo merecen, a los que nos han hecho un mal directamente a nosotros”, expresó.
Texto y foto: Darwin Ail