Mario Barghomz
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Los términos positivo-negativo pueden referirse a una serie de cosas con las que solemos nombrar o indicar los polos contrarios de algo, de una cosa en particular como los cables de una corriente eléctrica, los resultados de exámenes médicos o dentro del lenguaje militar para hablar de una situación concreta.
Pero en este caso mi observación sobre lo positivo se refiere al ánimo y al carácter del ser humano, básicamente al optimismo de su conducta y su especial manera de afrontar la vida. El optimismo forma parte de la personalidad.
Los optimistas son aquellos que se dan siempre la oportunidad de ser positivos, lo que les ayuda a mantenerse sanos y no pocas veces a superar situaciones que de otra manera no soportarían.
El optimista suele ser resiliente, de tener la capacidad emocional de ver siempre lo bueno de la vida, evitando sucumbir o dejarse llevar por la zozobra y el sufrimiento, el dolor que también forma parte intrínseca de nuestra existencia.
Recuerdo el caso de Alce Hertz, pianista judío-alemana que fue prisionera por los alemanes en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Como sobreviviente, luego de su liberación en 1945, Alice llegó a cumplir 110 años. Alice antes de su muerte solía decir que la vida era maravillosa. Que no odiaba a los nazis por lo que le habían hecho y que fue la música (Dios, decía ella) quien la había mantenido con vida durante su cautiverio. Ya libre, en Inglaterra, Alice seguía tocando el piano y compartiendo su vida con otros sobrevivientes del holocausto. “La vida es bella -decía- y siempre hay que mirarla con optimismo”. Yo no dudo que ese ánimo y optimismo le permitieran ser tan longeva, además de sana y carismática.
Del otro lado está lo negativo, el pesimismo que muchos prefieren para mirar el mundo donde viven. El mundo está mal y hay que cambiarlo -dicen-. Pero si miramos bien; lo que está mal es su manera de vivir, su angustia y su incomodidad permanente, su frustración, su rabia y su cansancio emocional por todo aquello que no pueden ver o sentir de otra manera.
El pesimista regularmente está enfermo, todo le pasa o le duele, además de ser el típicamente celoso, envidioso y malvado. Dice que el mundo debe cambiar, pero él no es quién para cambiarlo.
Para el pesimista el mundo apesta. Su mirada siempre se enfoca en lo negativo. No sabe estar bien y le cuesta trabajo entender y aceptar el bienestar de los demás. Y si a veces se siente feliz, lo hace a regañadientes porque pronto o casi nada dura su satisfacción.
El pesimista suele congregarse con otras almas perdidas que miran el mundo como él lo mira, como para confirmar que no está equivocado. Para ellos la vida no puede ser de otra manera. Suelen tenerle miedo a la felicidad, al amor y a la libertad, porque todo ello está del otro lado de su caverna oscura.
Los pesimistas siempre miran lo vacío de sus vidas, lo negro de la noche y el silencio de la soledad. No saben estar bien y buscan siempre entornos donde su queja, su grito y su desprecio sean exhibidos donde se noten.
Lo negativo por antonomasia tiende a negar. La misma salud mental y física, invariablemente le será negada al pesimista por un sistema nervioso que se verá desregulado y alterado por la ausencia de armonía en su sistema nervioso y endocrino. El estómago y el corazón serán los principales reactivos de un alma atormentada y pesimista, emocionalmente enferma.
Asimismo, tanto la ansiedad como la depresión, invariablemente estarán siempre presentes en el ánimo del pesimista, expuesto a todo lo que pueda ocurrirle a su sistema cardiovascular.
Sin embargo; positivo o negativo serán siempre parte de la libertad de nuestra elección. Consciente o inconscientemente cada hombre en este planeta, hoy, decide su vida y su destino.
¿Tú que eres, optimista o pesimista?.
¿Blanco o negro?.