Por Miguel II Hernández Madero
Yucatán, la casa de todos los que vivimos aquí (nacidos o no en estas tierras), goza de una fama de “tranquilidad”, donde la violencia y los delitos son cosas de las que se oyen, como cuando escuchas la lluvia a lo lejos, pero sabes que no cae sobre ti.
Bueno, al menos eso es lo que nos han hecho creer. En los últimos años los delitos han ido en aumento. Los robos a casa habitación, homicidios, asaltos y extorsiones se han ido presentando en esta entidad tan impoluta (al decir de las autoridades que viven en su burbuja), tan tranquila que puedes “sacar tu silla a la calle para tomar el fresco” (según la fallida campaña de un no menos fallido político), y donde la gente vive feliz (con excepción de tantos yucatecos que viven en la desesperación y con depresión; recordemos las cifras de suicidios).
Es lamentable, pero Yucatán ha ido perdiendo esa aureola de tranquilidad, buena vida y seguridad. Ya se han registrado casos de ejecuciones, asaltos a la luz del día y en el colmo, hasta de extorsionadores que cobran “derecho de piso” con el presunto apoyo de agentes de la ley, como quedó al descubierto hace apenas unos días al ser detenido un autoproclamado “narcotraficante”, que pretendió cobrar 200 mil pesos a un comerciante local.
La situación es grave. Habrá apologistas quienes dirán que la detención del presunto extorsionador muestra “qué tan seguros estamos y qué tan competentes estamos”, pero hay algo más de fondo. Se habla de la complicidad de agentes policiacos en una red de extorsión. De ser cierto esto entonces estamos ante un estado de indefensión, pues quienes portan uniforme o se amparan en una placa, no necesariamente están para servir y proteger a nuestra sociedad.
Pero esta inseguridad no se vive solamente en Mérida, la capital que con su zona de municipios conurbanos representa el 50 por ciento de los habitantes de Yucatán. La zozobra se vive en municipios apartados, como por ejemplo Valladolid, ubicado a medio camino entre Mérida y Cancún, donde la situación se le ha ido de las manos a las autoridades locales.
Con 70 mil habitantes, el municipio tiene problemas de narcomenudeo, robos a casa habitación, asaltos a plena luz del día (el viernes último incluso se dio un caso en pleno centro), vandalismo, etc., como si no hubiera seguridad pública, pero el problema es que sí lo hay, pero sin dirección, ni cabeza.
Habría que ver en qué situación están las demás ciudades y villas del estado, como Tizimín (se han reportado asaltos), Progreso (con problemas de narcomenudeo), Kanasín (violencia e inseguridad), Seyé (impunidad), Umán (inseguridad y robos), y demás puntos neurálgicos de la entidad.
¿Servirá el programa de Yucatán Seguro?, posiblemente lo mismo que el famoso “Escudo Yucatán”.
Ojalá que nuevamente podamos ver a un Yucatán casi paradisiaco, en vez de seguir dirigiéndonos al lamentable abismo de la violencia e inseguridad. Eso no lo merecemos.
Hasta la próxima… de aquél que ostenta estar del lado de las personas que menos tienen.