El miedo en nuestras vidas
Por Roberto A. Dorantes Sáenz
El miedo es parte de nuestras vidas, todos lo hemos experimentado, el miedo nos crea incertidumbre, muchas personas quedan inertes por no dominar sus miedos.
El miedo es generador de angustia. Heidegger en su obra fundamental “Sein und Zeit” (“Ser y tiempo”) establece una diferencia entre dos sensaciones del hombre que muchas veces se confunden como iguales y que, de acuerdo con la diferenciación que hace este filósofo, están lejos de ser lo mismo. Hablamos de la diferencia que cabe establecer entre el miedo y la angustia. Hemos de tener en cuenta que el pensamiento del autor en dicha obra se podría definir como existencialista. El objetivo de Heidegger, como existencialista, al diferenciar el miedo y la angustia es delimitar claramente qué entiende por angustia. La angustia es uno de los elementos básicos de las filosofías de tipo existencialista: podemos encontrarla tanto en el existencialismo anticipado por Kierkegaard como en el existencialismo de Sartre. Esta insistencia en abordarla es debida a que la angustia es un estado en el que el individuo expresa su interioridad ante la propia existencia.
El miedo tiene la característica de ser objetivo: tenemos miedo de los dientes de un perro que intenta atacarnos. En cambio, la angustia es el temor a una cosa indefinida; sería como temer a un fantasma o alguna cosa creada por nuestra mente que no se puede delimitar objetivamente como provocadora de este temor. Sentimos angustia por nuestra existencia ante el hecho de la muerte porque aquello que nos preocupa no está definido, es algo que no sabemos realmente, objetivamente, qué es.
A pesar de la diferencia entre angustia y miedo, queda claro que la angustia es consecuencia del miedo. Sin darnos cuenta el miedo tiene un valor positivo en la vida. Es básicamente el anuncio de un peligro y por lo tanto es una manera de proteger la vida y nuestros demás bienes. Santo Tomás de Aquino, en su Tratado de las Pasiones, muestra que el miedo tiene su raíz en el amor: porque amo un bien que no quiero perder, respondo con atención máxima y despliegue de mis fuerzas para defender lo que me pertenece y es valioso.
Una persona soltera tiene miedo de iniciar una relación amorosa, por miedo a ser lastimada. El estudiante padece el miedo ante un examen por no aprobar la materia y no poder continuar sus estudios; experimentamos el miedo cuando vamos al doctor y desconocemos la enfermedad que sufrimos, el miedo en muchas ocasiones impide que avancemos.
Debe notarse que uno no se da cuenta de la mayor parte de los miedos que tiene. Sucede así, en buena parte, porque el miedo es un recurso preparatorio para la defensa y por eso nuestra atención no se dirige hacia el hecho de que tenemos miedo sino hacia aquello de lo que creemos que tenemos que defendernos. Si el miedo acaparara nuestra atención nos paralizaría, que es lo que sucede en los momentos de miedo extremo y súbito, al que llamamos pánico.
Las personas arrogantes, agresivas, impacientes o depresivas suelen ser así por sus miedos, el disfraz más irónico del miedo es la certeza. Uno se olvida de que tiene miedo sintiéndose seguro de cuáles son los problemas y sobre todo de quiénes son los culpables. Debajo de la ferocidad de muchas acusaciones suele estar una convicción total de la culpa que “alguien” tiene. Descargando la agresividad emocional contra ese “alguien” sentimos que estamos haciendo “algo” para defendernos.
El amor es el motor de la persona, y de sus pasiones básicas: “Todas las pasiones son causadas por el amor, pues el amor, ansiando poseer el objeto amado, es el deseo; mas poseyéndolo y disfrutando de él es la alegría”. Ese amor se desglosa en dos tipos de fuerzas: en cuanto a la fortaleza (la pasión “irascible”), con sus actos que son defender lo que uno quiere conservar y acometer los proyectos; y en cuanto al deseo (se la llama pasión “concupiscible”). Hay un querer aquello que se ama, y esto genera las cuatro pasiones básicas que nos mueven, según si el objeto de amor está presente o ausente: si no tengo aún lo que amo, tengo “deseo”; si ya tengo lo que amo, se llama “gozo”; si en cambio puede venir un mal, aparece el miedo, y si ha venido algo malo, tenemos “tristeza-dolor”.
De manera que lo que es contrario al amor no es el odio sino el miedo. El miedo es la imperfección del amor: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor conlleva castigo, y el que tiene miedo no es perfecto en el amor” (1 Jn 4,18). No podemos temer lo que amamos.
Lo natural es el amor, y el miedo es el ego que quiere controlar (pues el ego quiere poseer todo, manipular y controlar), tiene que ver con la posesión más que con la donación. Si hay amor, no hay miedo de nada, de nadie.
El ego tiene un sistema de creencias y busca acomodar todo a lo que yo deseo; así, trata de forzar a los demás, juzgarlos, y cambiar sus sentimientos. Pero los sentimientos no hay que reprimirlos, sino aceptarlos, educarlos… y entonces mejoran.
La conciencia crece cuando aprendemos que sólo yo mismo puedo hacerme daño, los demás no. Así dejamos de perder energía luchando, reprimiendo… y podemos aprovechar esa fuerza para cosas asertivas.
Esto tiene muchas consecuencias prácticas: el amor echa fuera el miedo a la enfermedad, pues si la vida es importante, no es más que un aprender a amar, y pues Dios es mi Padre, todo lo que pase será para bien, lo mejor está siempre por llegar. Tampoco hay soledad, pues aprenderé a valorar a los amigos, que son lo mejor de la vida. Tampoco tendré miedo a la escasez, pues la pobreza no es mala, nos hace más creativos, y mis necesidades diarias serán satisfechas.
Debemos aprender a controlar nuestros miedos, para poder hacer cambios positivos en nuestras vidas. Que las experiencias dolorosas que hemos vivido no sean motivo de vivir en el pasado y por eso tengamos miedo de arriesgar e intentar emprender cosas nuevas. Por último, vence tus miedos con amor, y para lograr esto lo primero que debes hacer es lo siguiente: aprender amar a tu prójimo como a ti mismo.