Ratio essendi

La razón de ser de una familia heterosexual y no homosexual

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

El artículo del día de hoy es un tema espinoso, polémico y debatido por la iniciativa del ejecutivo sobre la legalización del matrimonio igualitario, sinónimo del matrimonio homosexual o gay.

Mi intención no es herir susceptibilidades, ni criticar a nadie, sino la divulgación de la verdad ontológica. Tampoco se trata de defender absolutamente a los matrimonios o personas heterosexuales, como si la condición heterosexual sea sinónimo de santidad y honestidad y la condición de homosexual sea sinónimo de perversión y depravación absoluta, al final del día cada quien es dueño de sus actos y por consiguiente de sus consecuencias; lo que sí me queda claro, es que los promotores de la homosexualidad persiguen los siguientes objetivos, como afirma Jesús Ortiz López: Primero, insensibilizar al público para que vea la homosexualidad como algo normal, y para ello hablar mucho sobre el tema y hacerlo en términos favorables. Segundo, insistir en que los gays son víctimas de los intolerantes y poner de su parte a la opinión pública. Y tercero, presentar a la Iglesia Católica y a los defensores de la familia como fanáticos para que sientan vergüenza por su alta valoración de la normalidad.

La cuestión de fondo

Dado este preámbulo, tratemos este tema in radice, desde el punto de vista ontológico y no teológico y moral. Es necesario aclarar esto porque no es mi intención tratar el tema desde el punto de la fe y de la conducta, primero porque que no todos los que leen estas letras son creyentes y segundo porque estoy convencido de que no podemos juzgar a los demás como peores, puesto que todos hemos cometidos faltas y caeríamos en soberbia.

Cuando me refiero in radice, parto desde el principio filosófico: todo ente se perfecciona por su obrar, el obrar deriva del ser. hablando del ser humano, éste se perfecciona cuando alcanza su fin o plenitud; los animales actúan por instintos, a diferencia del hombre que es un ser racional que actúa con libertad, el intelecto nos plantea el porqué de nuestro ser y cómo alcanzar esa plenitud.

La persona no puede reducirse al sexo, puesto que mutilaríamos la esencia del ser. El sexo en la persona tiene una razón, y no debemos definir el sexo como amor, porque para el hombre hay una condición amorosa que se da en la convivencia, como afirma Julián Marías, que la personalidad se constituye en convivencia.

En relación con la vocación está la condición amorosa del hombre, en virtud de la cual se abre a otras personas. Nuestra vida adquiere relieve y configuración “personal” sólo en la medida en que nos abrimos a otras personas, a las que necesitamos, no para “esto” o “aquello” concreto, sino para alcanzar la plenitud de “mí mismo”. Y esto, que se puede afirmar de toda relación personal, más estrecha o más lejana, que aparece en nuestra vida, significa un salto cualitativo incomparable, un paso a otro orden cuando se trata del amor personal entre un hombre y un mujer, un “amor biográfico”, porque configura la biografía entera.

Sexuales y sexuados

No debemos clasificar los actos del hombre o mujer como sexuales sino como sexuados, me explico: el filosofo Julián Marías afirma que “una gran parte de las actividades y conductas humanas no son “sexuales”; todas ellas son “sexuadas”, condicionadas por ser sus sujetos hombres o mujeres.

A diferencia de los animales, al hombre la condición sexuada le pertenece intrínsecamente de modo permanente y totalizador. Hay dos formas de vida humana, la masculina y la femenina. Pero como no es algo biológico, sino biográfico, es una condición que admite grados: se puede ser más o menos hombre, más o menos mujer. Los propios contenidos de la virilidad y de la feminidad varían a lo largo del tiempo, y de unas culturas a otras: lo que no varía es su relación recíproca: se es hombre respecto a la mujer, y al revés; por eso no hay igualdad: lo que existe entre los sexos es una relación de polaridad. “Polaridad” no es “contradicción”. La polaridad, aunque implica una diferencia, admite síntesis. Por poner un ejemplo, entre los conceptos “derecho” e “izquierdo” existe una polaridad: son conceptos diferentes, pero “izquierdo” sólo se entiende en relación a “derecho”, y al revés.

Pues bien, ésta es la relación que existe entre los sexos: de la idea de lo femenino no puede extraerse lo masculino, y al revés. En consecuencia, las normas y estructuras válidas para cada uno de ellos no pueden extraerse del otro. Hombre y mujer son iguales respecto a su valor, pero son distintos respecto a su naturaleza.

¿Elección cultural?

Hoy día eres señalado como intolerante si admites públicamente que la homosexualidad supone un desorden (psicológico y moral), una anomalía en el modo de vivir la sexualidad según corresponde a la condición específica de varón o mujer; las causas de esto son la influencia de una ideología que pretende definir la “identidad sexual” no en función del sexo sino de la cultura y la libre elección de cada individuo. A eso se añade la insistencia de los grupos de homosexuales en medios de comunicación reclamando el supuesto derecho a ser diferentes en una sociedad multicultural, o bien una consideración de la sexualidad sin referencias éticas, por lo que sería tan lícita la tendencia heterosexual como la homosexual, sin más límites que no abusar de la otra persona. Otras veces se apoyan en presuntas causas genéticas o biológicas, por las que un individuo tendría esa tendencia sin poder hacer nada para evitarlo.

La razón de ser de una familia heterosexual es que la polaridad de hombre y mujer se complementan para la procreación, cosa que no puede darse en una pareja homosexual, y no vale el argumento de que gracias a la tecnología las parejas homosexuales puedan concebir, puesto que el esperma viene necesariamente de un hombre y el óvulo de una mujer, elementos indispensables para la procreación, y que en una pareja homosexual no sucede.

Julián Marías afirma que la relación homosexual, al faltarle la aportación recíproca de los rasgos propios del hombre y de la mujer, revela una amputación, una carencia: llamados a alcanzar la plenitud mediante la complementariedad con la otra forma de vida humana, la convivencia sexual y afectiva con una persona del mismo sexo supone una “plenitud deficitaria”.

No podemos aceptar leyes que van en contra de la dignidad y naturaleza humanas, el aceptar el matrimonio homosexual no es un avance sino un retroceso en la sociedad, puesto que es negar nuestra propio ser y obrar, y para concluir me quedo con esta reflexión: “No puede haber, por consiguiente, verdadera promoción de la dignidad del hombre, sino en el respeto del orden esencial de su naturaleza. Es cierto que en la historia de la civilización han cambiado, y todavía cambiarán muchas condiciones concretas y muchas necesidades de la vida humana; pero toda evolución de las costumbres y todo género de vida deben ser mantenidos en los límites que imponen los principios inmutables fundados sobre los elementos constitutivos y sobre las relaciones esenciales de toda persona humana; elementos y relaciones que trascienden las contingencias históricas”. (Declaración «Persona humana» acerca de ciertas cuestiones de ética sexual. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 29/12/1975).

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