Miles de meridanos acuden a los diversos camposantos de la capital yucateca con motivo del Día de Fieles Difuntos
Miles de personas cruzaron las puertas de los cementerios de Mérida para reencontrarse con sus muertos, aquellos que, como dicen los viejos, “solo cambiaron de domicilio”. El aire olía a flor de cempasúchil y a nostalgia; las risas se mezclaban con las lágrimas y los silencios con los recuerdos que nunca mueren.
En el panteón de Xoclán, donde descansan más de 35 mil almas, el ir y venir de los vivos llenó los pasillos de murmullos y pasos lentos. Bajo el sol tenue del mediodía, las familias se abrieron paso entre las cruces, las coronas y las velas encendidas, mientras los policías municipales y paramédicos vigilaban con respeto aquel desfile de vida y muerte.
Cada tumba parecía tener voz propia. Algunas, majestuosas, construidas en mármol o granito; otras, humildes, de cemento gastado, pintadas con los colores del cariño. Las manos acariciaban los nombres grabados en piedra, mientras los niños limpiaban hojas secas o colocaban flores frescas sobre el polvo del tiempo.
Era un paisaje de contrastes: el silencio del camposanto y las risas de los que recordaban una anécdota; la muerte en calma y la vida que se niega a olvidar.
Porque en Yucatán, cuando llega el Janal Pixán, los muertos no se lloran… se visitan, se saludan y se celebran bajo la sombra eterna de las velas encendidas.
Y lo mismo ocurría en el Cementerio General de la capital yucateca, las ventas de flores iban desde los 50 pesos, y más de $150 las rosas, claveles, crisantemos, así como las velas desde los 35 pesos, que adquirían las personas para ser llevadas a sus seres queridos.
“Venimos a ver a la mamá y papá, de mi mamá, pero también a mi mamá, un tío, una hermanastra, mi mamá murió allá por 1965, le dio un paro al corazón; venimos dos o tres veces cada dos meses, hoy tocó por ser especial”, contó María Ek, quien iba acompañada de su hermano menor, Julián.
Mientras, en el Cementerio principal del puerto de Progreso la gente acudió a visitar a sus familiares, bajo los rayos del sol, y una temperatura que superaba los 35 grados en este otoño 2025.
“Ellos todavía piensan, nos quieren, están con nosotros todavía, son creencias antiguas que ellos nos hicieron creer, yo vengo seguido, mi papá está aquí, desde el 2005, siempre ha estado acá, y luego mi mamá ¿y su mamá desde cuándo está acá? 2011, sí, los dos son del 19, mi papá 19 de diciembre mi papá, el 19 de abril mi mamá”, nos relató Alba Martínez, quien acudió al camposanto progreseño.
LA MISA EN EL CEMENTERIO DE XOCLÁN
El arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, ofició la misa dominical en el cementerio de Xoclán ante más de 500 personas que se reunieron para escuchar el mensaje en honor a los Santos Difuntos, a la que acudió la alcaldesa de Mérida, Cecilia Patrón Laviada.
“El primero de noviembre celebramos a todos los santos del cielo, canonizados y no canonizados, desde el nacimiento de la Iglesia, de inmediato se comenzó a celebrar a sus mártires recordando su “dies natalis”, es decir, el día en que habían muerto a manos de los perseguidores de la Iglesia, y así habían nacido para la vida eterna”, explicó Rodríguez Vega.
Recordó que en Roma se celebraban sobre las tumbas de los mártires; cuando ya la Iglesia salió de las catacumbas, quedó la costumbre de celebrar la misa poniendo en el centro del altar un ara que contenía la reliquia de algún santo, costumbre que hasta antes del Concilio Vaticano era obligatoria.
“El primero de noviembre celebramos a todos los santos del cielo, es decir, a la Iglesia Triunfante, mientras que hoy, domingo, celebramos a la Iglesia Purgante, es decir, a todos nuestros hermanos que fueron salvados de la condenación eterna en el infierno, pero que tienen que pasar un tiempo de purificación en el purgatorio antes de pasar al cielo”, abundó el arzobispo.
El jerarca de la Iglesia católica en Yucatán detalló que los santos del cielo están dedicados a alabar a Dios por toda la eternidad y, aunque para todos sea difícil de comprender, ellos viven en una dicha inigualable.
Quienes han sido canonizados son modelos e intercesores para todos los seres vivos, mientras que los demás difuntos necesitan de oraciones para salir del purgatorio.
“Pero, hoy nos toca recordar a nuestros hermanos difuntos, muchos están acostumbrados en este día a visitar los panteones, aunque no asistamos a los cementerios, nuestra fe y nuestros corazones están abiertos para celebrar esta Eucaristía, pidiendo al Señor por todos nuestros seres queridos difuntos, para que pronto dejen el purgatorio y pasen a la gloria eterna del cielo, nuestra mayor muestra de amor por ellos es la Santa Misa y toda nuestra oración”, señaló Rodríguez Vega.
El altar de muertos es una costumbre de la cultura mexicana, y el arzobispo —dijo— quienes colocaron uno, en su casa o en su trabajo “que no se le olvide añadirle los elementos más importantes que deben llevar, como nuestro amor por ellos y nuestra fe en Jesucristo resucitado, que nos hace esperar la resurrección de aquellos que nos han dejado y, por supuesto, la oración”.
LA NIÑA VAMPIRO DE PROGRESO
Cuentan los abuelos del municipio de Progreso que, a finales de los años 70, cuando el puerto, aún era un lugar tranquilo, donde todos se conocían, el miedo recorrió sus calles como un viento helado venido del mar.
“Todo comenzó una noche cualquiera, en el verano de 1978, cuando algunos pescadores aseguraron haber visto una figura extraña entre los matorrales que bordeaban el malecón; una niña de piel blanca como la luna, con el cabello negro y suelto, vestida de blanco y descalza. Decían que caminaba sin hacer ruido y que sus ojos brillaban rojos en la oscuridad”, dice la leyenda.
Sin embargo, otros vecinos comenzaron a relatar lo mismo: afirmaban que la niña aparecía en el cruce solitario de las calles 112 por 35 y 37, de la colonia Vicente Guerrero —la famosa “Bondojo”—; otros juraban haberla visto merodear cerca del cementerio o escondida entre las casas abandonadas del puerto.
Lo más aterrador era su sonrisa: una mueca infantil que dejaba ver colmillos largos, manchados de sangre.
El miedo se extendió rápido; en las escuelas los padres exigían que las clases vespertinas terminarán antes del anochecer. Nadie quería salir de casa después de las 20:00 horas.
“Los policías hacían rondines y algunos hombres del pueblo formaron patrullas improvisadas para buscarla. Se decía que la Niña Vampiro atacaba animales y bebía su sangre y que pronto buscaría a alguien más”, destaca la leyenda.
Durante varias noches de aquellos tiempos, el puerto vivió en silencio, las puertas cerradas, las ventanas cubiertas, pero el terror terminó tan misteriosamente como empezó: “un día, la policía anunció que la habían encontrado, pero era un espectro, sino una adolescente que había escapado de su casa en Mérida, enferma y desorientada, con la boca lastimada por una infección en las encías, había estado vagando entre los manglares y los caminos del puerto”.
Aún así, mucha gente nunca creyó esa versión, decían que cuando la atraparon, la niña no hablaba, solo reía, y que sus ojos no eran los de una humana.
Algunos aseguran que, después de aquella noche, la llevaron lejos, pero que su espíritu siguió vagando por Progreso, buscando todavía a quienes se atrevieran a caminar solos bajo la luna llena.
Desde entonces, cada cierto tiempo, alguien dice haberla visto, una pequeña sombra, una risa de niña, un vestido blanco movido por el viento del mar.
Y los abuelos advierten: “si vas al malecón de Progreso después de medianoche y escuchas pasos detrás de ti, nunca voltees, podría ser la Niña Vampiro, y si la miras a los ojos, ya no verás el amanecer”.
Texto y fotos: Alejandro Ruvalcaba



