Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana
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Las bendiciones espirituales en Cristo Jesús nos fueron dadas por el Padre, quien nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Fuimos escogidos por él, antes de la fundación del mundo, con la finalidad de ser santos y sin mancha delante de él, todo ello, fue realizado en amor, habiéndonos predestinado (concepto teológico polémico…), para ser adoptados como hijos e hijas suyos a través de nuestro amado Jesús, según el puro afecto de su voluntad, la cual es buena, agradable y perfecta. Todo ello, con el objetivo de ser alabanza de la gloria de su gracia, siendo con ello, aceptos en el amado. No somos perfectos, ni productos terminados, sino perfectibles y seres humanos en transformación continua, por la gracia de Dios y para reflejar, llegado el tiempo, la grandeza de su gloria, la cual sólo es de él y de nadie más.
Existe un poder divino, inigualable, el cual operó en la resurrección de Jesucristo, y por el cual, él se encuentra sentado justo en este momento y desde su ascensión al cielo, en lugares celestiales, reinando sobre todo principado, autoridad, poder y señorío, así como sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino en el venidero, habiendo sometido todas las cosas bajo sus pies, y dándolo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, siendo su cuerpo, aquella plenitud de aquel que todo lo llena en todo y para siempre. Jesús es el que era, el que es y el que ha de venir. Una cuestión fundamental en el libro de Efesios es sin duda, lo expresado en el capítulo 2, versículos 8 y 9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Es decir que, contrario a lo que diferentes sectas manejan en su discurso, la salvación no se gana realizando muchas obras, ni de corte benéfico ni ritualistas, sino por la fe en Jesucristo, el único autor y consumador de la fe. Aunque, todos los que somos hijos e hijas, somos hechura del Padre para buenas obras, éstas no salvan, sino que se realizan por amor y agradecimiento a Dios, no para obtener algo a cambio.
Otro punto clave, es la profunda humildad de Pablo, quien se consideraba a sí mismo como el más pequeño de todos los santos, dándole Dios la gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de lo que él llamó las inescrutables riquezas de Cristo, y sí que lo son, ya que existe un gran misterio escondido desde los siglos en Dios, quien creó todas las cosas. Ello, con la finalidad de que Su multiforme sabiduría se dé a conocer a través de la iglesia, que somos nosotros, el cuerpo de Cristo, la amada, por la que pronto vendrá, a los principados y potestades en los lugares celestiales para que se cumpla el propósito eterno que fue diseñado en Cristo Jesús, en quien tenemos seguridad y acceso directo al Padre, a través de la fe en él.