Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana
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Pablo, se desenvolvió entre las personas que le rodearon, asumiendo con humildad su debilidad, con temor y temblor, no haciendo gala de persuasión humana alguna, sino con demostración del Espíritu y del poder de Dios, anunciando de esta forma, el testimonio de Cristo Jesús, de una forma espiritual, con impacto en lo terrenal. Entre los que han alcanzado madurez espiritual, se habla sabiduría de Dios, muy distinta a la que existe en este siglo o se promueve en la tierra.
Por más elaboradas filosofías que presenten los seres humanos, éstas perecen y sus huesos quedan enterrados en una tumba, al igual que todas sus propuestas limitadas, finitas y corruptibles. Entre los colaboradores de Dios, existen cristianos carnales y espirituales. A los primeros, expresa Pablo, que no se les puede hablar espiritualmente, ya que no entienden, y, por ende, se les da a beber leche y no vianda, o comida sólida, haciendo una excelente metáfora con el ser bebé o adulto en Cristo.
Un cristiano carnal se caracteriza por estar inmerso en celos, contiendas y disensiones, cuando no importa en realidad si Pablo plantó, Apolos regó, pues el crecimiento lo da Dios. Todos somos colaboradores de Dios, pero es Él quien hace la obra, misma que si empieza, culmina a su tiempo. En cuanto a las obras, éstas deben realizarse sobre un único fundamento: Jesús, la roca firme. Arriba de este cimiento pueden ir oro, plata, piedras preciosas, madera, heno y hojarasca, pero todo ello será probado al pasarlo por el fuego, para que sea validado si permanece la obra que se sobreedificó o si se desvanece.
En caso de no permanecer la obra, aun así, se será salvo, pues la base es Jesús, pero las recompensas eternas serán distintas. Nosotros somos templo del Espíritu Santo, debemos cuidarnos, no destruirnos. Ello se logra con la sabiduría que da Dios, y no con la del mundo, pues esta segunda es, insensatez. Dios prende a los sabios en su propia opinión, en la astucia de ellos, siendo sus pensamientos vanos. Nosotros somos de Cristo y sólo en Él, hemos de gloriarnos.
En cuanto al llamado ministerial de los apóstoles es ser servidores de Cristo, dando su vida por amor a Él y a las almas, así como ser fieles administradores de los misterios de Dios.
El juicio humano, ya sea de personas o tribunales, o aún el propio, no es relevante, sólo el justo juicio de Dios. No debe juzgarse a priori o antes de tiempo nada de lo que perciben nuestros sentidos, ya que hay mucho que se nos está oculto, pero será manifestado en su momento por Dios, quien también sacará a la luz, las intenciones del corazón de los seres humanos, aquello que siempre estuvo escondido detrás de sus palabras.
Todo lo que creemos que nos distingue, lo hemos recibido de Dios, y no es dado por nosotros mismos.
No hay nada en realidad, por lo cual gloriarnos, todo es recibido por gracia, agradezcamos a nuestro Padre celestial cada día.