Reflexión sobre la Primera Carta a los Corintios (cuarta Parte)

Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana

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Uno de los vastos consejos que brinda el Apóstol Pablo, y que debe entenderse en su justa medida, es que juntarse con una persona que se diga cristiana y que sea fornicaria, avara, idólatra, maldiciente, borracha o ladrona, no debe hacerse, y recalca: “con el tal, ni aún comáis”. 

Sin embargo, deja en claro, que es cuando una persona dice ser cristiana y no cuando son personas del mundo, no cristianos, pues si así fuera, habría que salir de esta tierra corrompida, ya que gran parte de la humanidad vive en la oscuridad. Por ende, se necesita de la luz del evangelio de Jesús, para mostrar que es Él y sólo Él, “el camino, la verdad y la vida”, y nadie llega al Padre si no es por él”.     

Lo que más me impacto tras leer esta carta, es la profunda humildad de Pablo, quien fue transformado camino a Damasco al tener un encuentro personal con Jesús, y tras ello, todo lo pasado lo dejó atrás a causa de la predicación de la cruz, como vía de salvación de las almas. Fariseo de cepa pura, ciudadano romano, con múltiples estudios doctorales a cuestas, todo ello, le sirvió para un propósito, pero lo estimó en nada, por seguir a Jesús. Cuánta valentía y amor por Dios. Pecadores somos todos, y muchas veces podemos ser presa, sin darnos cuenta, de la seducción de las filosofías de este mundo. 

Sin embargo, cuando oramos, meditamos en la palabra de Dios, y rogamos por sabiduría divina, podemos poner al servicio de la obra de Dios, todo lo que Él nos permite aprender, pero nada se compara al poder del mensaje de la cruz, que es más que suficiente. Pablo no escribió la carta a la iglesia de Corinto, para avergonzar personas, ni hacerlas sentirse mal por las bendiciones que recibían, sino como una forma de exhortarles al arrepentimiento, por amor, pues todo padre que ama a sus hijos, los disciplina. Pueden tenerse diez mil hayos en Cristo, es decir, cuidadores o guardadores, pero padre, solo hay uno. Pablo, expresa muchas verdades, y entre ellas, una que retumba hasta el día de hoy: “El reino de Dios no consiste en palabras sino en Poder”. 

Cada quien elija si quiere ver de forma metafórica a Pablo en su versión amor o con vara, cuando los visite, así como Dios hace con todos sus hijos, y uno también elige si querrá vara, por salirse del camino y por el propio bien, o si preferirá el trato de amor al que conduce la obediencia. La humildad de Pablo es una clara muestra de que el fruto del Espíritu Santo se manifestaba a través de su vida. Su pasión, entrega y dedicación a la obra del Señor, son el reflejo de aquello que nació en su corazón tras ese encuentro personal con Jesús, donde quedó ciego por un periodo, como lo estuvimos muchos de nosotros en su momento, pero tras ello, vimos la luz, brillando, incesante y eterna, la luz de Jesús. 

La humildad es el aroma de los hijos de Dios, y mientras más se entienda que un llamado apostólico es para servir y no para mandar o lucrar, más se caminará con paso firme en el trayecto estrecho, puesto por Dios para quienes nos conducimos hacia él.