Reflexión sobre la Primera Carta a los Corintios (Tercera Parte)

Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana

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Los apóstoles de acuerdo con Pablo, el último de los apóstoles, aunque el llamado apostólico aún continúe en la actualidad, atravesaban por múltiples tribulaciones tales como padecer hambre, sed, estar desnudos, ser abofeteados, y no contar con una morada fija. 

No se sentaban a esperar que les lleven riquezas, sino que ellos lo daban todo, incluso la propia vida con tal de seguir a Jesús. Se llamaban a sí mismos: insensatos, débiles, despreciados, en comparación de otros a quienes llamaban prudentes, fuertes, honorables, pero no seguían a Cristo. Un apóstol, de acuerdo con Pablo, se fatigaba trabajando con sus propias manos sin vivir de los demás, cuando lo maldecían él bendecía, padecía persecución y lo soportaba, lo difamaban y rogaba misericordia por quienes lo hacían, siendo el desecho del mundo. 

Un caso de inmoralidad juzgado, en la iglesia de Corinto, en la cual se hallaban muchos cristianos considerados carnales, pues vivían según las obras de ésta y no del espíritu, me dejó reflexionando profundamente tras leerlo con detenimiento en esta carta, pues cuestiones así se ven como cotidianas en la sociedad actual, que ya es un reflejo e incluso es posible que supere, a las conocidas Sodoma y Gomorra. 

El caso específico, es el de fornicación, de un hombre que tenía relaciones sexuales con la mujer de su padre, y mientras a los corintios les parecía digno de orgullo y se envanecían, Pablo los reprendió diciendo: ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?. Y les expresó de forma directa y tajante, tal y como debe hacerse con el pecado en cualquiera de sus formas: “Yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho”. Es decir, se puede juzgar en espíritu. 

Sin santidad, nadie verá a Dios. Pablo, continuó diciéndoles algo muy profundo que revela parte del carácter misericordioso de Dios, aunque a quienes aún no entienden que todo, obra para un bien mayor, pudiera parecerles lo contrario. Pablo, expresó que era preciso que el hombre que fornicaba con la mujer de su padre, fuera entregado a satanás para destrucción de su carne, con tal de que su espíritu sea salvo en el día del Señor. También invitó a no jactarse de nada a los corintios, a que sean humildes, pues un poco de levadura, leuda toda la masa. Es decir, que un poco de orgullo, contamina a toda la persona, y así mismo lo hacen las raíces de amargura, envidia, ira, etc. 

Considerando lo anterior, debemos limpiarnos del “viejo yo”, quitándonos de encima la vieja levadura, por el poder del Espíritu Santo, para que seamos nueva masa, nuevas creaturas en Cristo Jesús, ya que nuestra pascua que es Él, ya fue sacrificado por nosotros. Es preciso ante ello, celebrar la fiesta, no con vieja levadura de malicia y maldad, con pecados ocultos o de los cuales no exista un arrepentimiento genuino, sino con panes sin levadura, es decir, con sinceridad y verdad. Un corazón contrito y humillado, agrada a Dios, pero el corazón altivo, altanero, le desagrada. La levadura es como una máscara que impide que la autenticidad de la obra de Jesús en nosotros se revele de una forma espléndida y sin obstáculos de la carne.