Reflexión sobre la segunda Carta a los Corintios

Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana

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Nosotros somos consolados por Dios, y así debemos consolar a otros que atraviesen por alguna tribulación, ya que, si bien abundan las aflicciones de Cristo, también lo hace, por el mismo Cristo, nuestra consolación. 

De igual forma, debemos dejarnos conducir por la gracia de Dios, con sencillez y humildad, y no por la sabiduría humana. Dios es fiel y en Jesús todo es sí, y es amén. Aunque exista tribulación y angustia, debemos estar en gozo, porque como expresó el Apóstol Pablo: “Si yo os contristo, ¿quién será luego el que me alegre, sino aquel a quien yo contristé?”, demostrando con ello, el amor al prójimo, en compartir gozo en medio de cualquier prueba. El perdón y el consuelo a quienes nos dañan, debe ser la norma y no la excepción para nuestra vida como cristianos verdaderos. 

Dios siempre nos lleva en triunfo en Cristo Jesús, y a través de nosotros, los cristianos, se manifiesta el olor de su conocimiento. Quienes somos salvos por la fe en Jesús, somos aroma grato para los que también se salvan, pero olor a muerte para los que se pierden. Ello puede verse de forma muy práctica, al compartir el evangelio, siendo aceptado o rechazado, de acorde a lo que exista en el corazón de quien lo recibe. 

No somos competentes por “nosotros mismos”, y no debemos pensar de forma más elevada de quiénes somos. Nuestra competencia, proviene de Dios, y, por ende, no es sabio gloriarse ni envanecerse en modo alguno. Como cristianos, somos ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu, ya que la letra mata (sin espíritu), pero el espíritu vivifica. 

¿De qué serviría saberse por completo la Biblia, si ésta no está revelada al entendimiento, y, por ende, no se practica ni se vive de forma coherente, al caminar en el espíritu y no en la carne?. Debemos vivir por fe y no por vista, somos vasos de barro, y ello es con la finalidad de que sea el poder de Dios el que se manifieste y no el propio. 

Estamos atribulados en todo, pero no angustiados, quizá en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes, la muerte de Jesús, con la finalidad de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Es decir, debemos morir cada día más a nosotros mismos, para que Jesús viva y sea manifestada su luz, al haber menguado nuestra oscuridad. 

La honestidad con la que el Apóstol Pablo, le habla a los Corintios acerca de sus propios sentimientos y experiencias de tribulación, angustia, tristeza es de gran testimonio y bendición. Pablo, se sabe humano, imperfecto, débil, y necesitado de Dios. Esa humildad, y contacto genuino con quién es, sin dar una apariencia falsa de fortaleza en sí mismo, fue lo que más me gustó, y reconozco que es la mejor forma de empatizar, y que se selle la palabra de Dios en el espíritu, el mostrarse así, tal cual, para después compartir acerca del poder inconmensurable de un Dios Todopoderoso.