Reflexión sobre la segunda carta a Timoteo

Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana

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En la segunda carta a Timoteo, el Apóstol Pablo, expresa que se debe servir a Dios con conciencia limpia, y que estaba orando siempre por Timoteo, a quien consideraba un fiel colaborador y por todos los que le acompañaron en el ministerio evangelístico y apostólico. Pablo, reconoce en Timoteo una fe no fingida, como habitó primero en su abuela Loida, y en su madre, Eunice. 

Asimismo, el Apóstol aconsejó sabiamente a Timoteo que avive el fuego del don que había en él, que estuvo en él por la imposición de las manos de Pablo, con el poder del Espíritu Santo. Pablo exhortó a Timoteo, y a todos nosotros, a no avergonzarnos del evangelio, ni dar testimonio de nuestro amado Señor Jesús, quien nos salvó por gracia y misericordia, con un llamamiento santo, no a través de nuestras obras para no gloriarnos o ser orgullosos, sino según el propósito de Dios y la gracia recibida a través de él, la cual fue otorgada antes de todos los siglos. Gracia que fue manifestada por la aparición del Salvador Jesucristo, quien quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad del evangelio. 

Pablo padeció mucho, en innumerables ocasiones, pero siempre instó a no avergonzarse del evangelio, y a padecer tribulaciones con gozo y paz, pues sabemos en quién hemos creído para salvación eterna, en Cristo Jesús, Señor nuestro. Pablo, fue constituido como predicador, apóstol y maestro de los gentiles, entre los cuales nos encontramos nosotros, que si bien, no somos el fruto original, si somos un injerto igual de valioso, con la misma promesa de herencia eterna. 

Es vital el retener la sana doctrina, siempre con fe y en amor que es Cristo Jesús, orando Pablo, que hallemos misericordia cerca de Dios en aquel día, que ya se acerca, que es el de su gloriosa venida. 

Pasaremos por penalidades, como discípulos de Jesús, pero él siempre estará con nosotros, el Espíritu Santo, confortándonos, alentándonos, fortaleciéndonos y dándonos sabiduría para seguir avanzando hasta concluir la carrera y obtener el premio final: la eternidad en Cristo Jesús, y una vida en la presencia de nuestro amado Padre. Debemos ser buenos soldados de Jesucristo, sin importar las batallas, pues nuestro enfoque debe centrarse en la esperanza eterna. 

Es preciso que luchemos como atletas de alto rendimiento, de fondo, maratonistas, y no tanto de rapidez, ya que no importa cómo se empieza la carrera sino cómo se termina. No debemos enredarnos en los negocios de la vida, del mundo, si queremos ser coronados, al haber militado legítimamente.  

Lo que más me impactó fueron las palabras de Pablo que dijo textual “Conforme al evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; más la palabra de Dios, no está presa”. Es decir, se puede encarcelar al cuerpo, pero jamás al espíritu y al alma, teniendo en Cristo libertad, siempre y a cada momento, y existiendo un propósito detrás de cada prueba y penalidad, siendo éste, perfeccionarnos para ser cada vez más como Jesús y menos como nosotros.