Reírse de si mismo

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Existe en el imaginario colectivo (inconsciente diría Jung) la idea de que aprender a reírse de sí mismo es sano y necesario emocionalmente. Tanto, que la risa actúa como una especie de paraguas o de bastón para los que carecen de más aceptación y autoestima.

En lo particular nunca me ha gustado la idea de reírme de mí mismo, y menos pensando en la risa del idiota (como alguna vez escribió Rimbaud), la carcajada del malvado, la sonrisa del hipócrita o el chillido sardónico del burlón.

¿De qué se trata cuando la gente habla de reírse de sí misma?, me parece más una actitud de defensa y debilidad, de falta de carácter y racionalidad que de sentido común y buena salud emocional.

Cuando una persona se ridiculiza así misma -dice Google-, lo hace con el fin de lograr una mejor aceptación social o del entorno; se le llama también “humor de autodenigración”. ¿Pero por qué denigrarse?, ¿qué es lo que hace que una persona que se ríe de sí misma no logra encontrar, superar o comprender?

Resulta increíble como en todos los niveles sociales, mucha gente habla de reírse de sí misma, como si ello significara una terapia o una especie de estrategia racional. Sin embargo y por lo ya hasta aquí expuesto; el reírse de sí mismo es un mero desahogo de aquellos desafortunados en su relación con los demás o el entorno donde no logran definirse o realizarse.

Pongamos el ejemplo de la risa de “Pagliacci” al final del primer acto (“ponte el traje”; Vesti la Guiubba) de la ópera de Ruggero Leoncavallo. Dice el texto: “Tú eres un payaso, empólvate la cara / Ríe payaso para que te acepten y te aplaudan / Transforma tu dolor en risa / Ríe del dolor que te envuelve el corazón”.

“Canio” (el payaso), ríe de decepción, sufrimiento y dolor. Se ríe de sí mismo por lo que ha descubierto y no puede remediar. En escena vemos cómo el payaso ríe por su desdicha y el hecho irónico de que a pesar de todo debe salir a actuar; ¡ponte el traje payaso! Y lo más espectacular a nivel humano es cuando al final del acto el público aplaude la escena; en realidad, y sin darse cuenta, festejan con su aplauso la mala fortuna y tragedia del pobre Canio.

Lo mismo sucede cuando la gente se ríe de sí misma; otros también se burlan y se ríen con ellos (y de ellos). Como dijimos; esto responde a lo desafortunado de no ser reconocidos, de no encajar, de haberse equivocado o de no saber qué hacer o cómo actuar ante una determinada situación que termina por ser autodenigrante y vergonzosa.

Reírse de sí mismo equivale a la risa del payaso que cree que está bien reír (¡qué más hacer!). La risa suple la ausencia, el dolor, el desaire, la incompetencia. Y no es que sane el alma (no en este caso ni sentido); sino que cubre y enmascara lo que atormenta al alma.

¿Está bien reír?, ¡por supuesto, claro que sí!, qué seríamos los humanos sin la risa, pero no cuando la desgracia, la decepción y el dolor nos abaten el alma, porque la risa en este sentido, oculta nuestra verdadera cara, nuestra decepción.

Empolvarse el rostro para salir a escena es de hipócritas, dicho en el sentido etimológico de lo que define a un actor en escena. El actor sólo actúa. Pero Canio, el payaso de Pagliacci, vive en escena su propia desgracia mientras actúa. La gente aplaude su talento, su canto estremecedor, pero al mismo tiempo y sin darse cuenta, también su desafortunado destino.

La gente que se ríe de sí misma; ríe para no llorar y lamentarse. Así maquilla su desgracia, su desatino, su mala fortuna.

Así que cuando consideres volver a reírte de ti mismo; ¡ríe payaso!