Envalentonado, quizá, por decisiones del Poder Judicial que lo han eximido de responsabilidad a los suyos en los polémicos casos de Tlatlaya e Iguala, el gobierno federal ha pasado a la ofensiva.
Ya no es aquel débil arrinconado contra las cuerdas del ring de la opinión pública, sólo aguantando la metralla de sus críticos nacionales e internacionales.
Al parecer, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha entendido que si quiere zafarse de la mirada inquisidora que lo culpa de cuanta desgracia pasa en el país, tiene que cambiar de estrategia. Y por eso ha pasado a la conquista de sectores de la opinión pública de donde provienen los cuestionamientos.
Esto ha sucedido, notoriamente, en la apropiación del discurso de quienes proponen un enfoque distinto al combate del crimen organizado del que prevaleció el sexenio pasado, incluida la despenalización del uso de la mariguana; el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, y la aplicación estricta de la Reforma Educativa frente a los maestros de la CNTE que la quieren tumbar.
Quien urdió este contraataque gubernamental en varios frentes parece haber estudiado cuidadosamente los puntos flacos de los dos principales rivales electorales del oficialismo: Morena y el PAN.
A esos dos partidos los une el conservadurismo social, de corte cristiano.
Uno está más inclinado hacia las creencias evangélicas y el otro. hacia las católicas, pero ambos tienen serios problemas con el consumo de drogas y las relaciones humanas no heterosexuales.
Tan es así que tanto Andrés Manuel López Obrador como Ricardo Anaya —los jefes de Morena y Acción Nacional, respectivamente— se las han visto negras para opinar sobre esos dos temas.
El PAN tuvo una encerrona de su grupo parlamentario en el Senado donde surgió la oposición a ampliar la cantidad de mariguana que puede portar una persona, incluida en la iniciativa presidencial (de cinco a 28 gramos).
Luego, Anaya dijo que no opinaría sobre la propuesta de reconocer constitucionalmente losmatrimonios homosexuales hasta no conocer la iniciativa del Presidente.
El sábado pasado, López Obrador fue abordado por periodistas al finalizar un acto en la delegación Gustavo A. Madero. Cuando se les preguntó su opinión sobre las bodas gay, descalificó a los reporteros llamándoles "vendidos" y nada respondió.
La reacción del gobierno al reto de la CNTE -comentaba en este espacio el lunes y el viernes de la semana pasada- también tiene la característica de poner en aprietos a la oposición.
Recordemos que durante los 12 años de gobiernos del PAN, la relación con la Coordinadora fue cedida a Elba Esther Gordillo, quien se alió políticamente con ese partido luego de ser expulsada del PRI. Hoy, la maestra está en la cárcel.
Recordemos asimismo que López Obrador ha extendido la mano a la CNTE y le ha prometido que cuando llegue él al poder echará abajo la Reforma Educativa, como si eso no dependiera del Congreso.
Entonces, el endurecimiento del gobierno federal frente a la Coordinadora, y su triunfo en el más reciente capítulo de confrontación que ambos protagonizaron, le permiten hacer ver mal tanto a Morena como al PAN.
El primer partido queda en este tema como una fuerza retardataria, apoyadora de un gremio que carece de implantación social y sólo lucha por sus intereses, por encima del derecho de los niños a recibir educación. El segundo queda como débil frente al corporativismo sindical, pues en 12 años fue incapaz de poner en su lugar a Gordillo y a la CNTE y cumplir las exigencias de grupos sociales —entre ellos, los empresarios— que vienen demandando justo eso.
Esta primavera parece ser de renacimiento del gobierno federal, luego del largo invierno que siguió a los trágicos hechos de Iguala.
Sus posturas sobre la mariguana y las bodas gay pueden ser arriesgadas, pues lo confronta con sectores conservadores, como las iglesias. Sin embargo, el gobierno parece haber decidido que la mejor defensa es el ataque.
Y como comenté aquí la semana pasada, el reto de la CNTE a la Reforma Educativa —que para ésta era cuestión de vida o muerte— sólo podía terminar con un ganador y un perdedor. El gobierno ganó el pleito y, con él, el responsable único de ese tema, el secretario Aurelio Nuño.