No ha hecho falta oler el nauseabundo rastro del azufre, ni que el calor aumentase hasta resultar infernal para sentir su presencia. A través de representaciones horripilantes en portadas de iglesias, pinturas murales, capiteles o pilas bautismales, como señor de los infiernos que inflige castigos terroríficos a los pecadores, el diablo fue la estrella de un curso sobre el románico impartido este fin de semana por siete expertos en Aguilar de Campoo (Palencia). “Durante la Edad Media, el diablo era un ser tan real como la vida misma”, dijo Pedro Luis Huerta, director del curso, organizado por la Fundación Santa María la Real. “En el arte del románico el Maligno es muy representado, con una forma que va evolucionando”, añadió, hasta perfilarse la más familiar en nuestro imaginario: “Con garras, peludo, cuernos y el cabello llameante si no tiene cuernos”.
En el relato del cristianismo el diablo “está ya en el pecado original, aunque fuera como serpiente”, señaló Huerta. Su presencia en el Antiguo Testamento, no obstante, “es limitada, mientras que es mucho más rica y variada en el Nuevo Testamento, sobre todo por el Juicio Final, gracias a la importancia de los Beatos”, agregó Ángela Franco Mata, del Museo Arqueológico. Esta investigadora destacó en su conferencia que el episodio evangélico de la Matanza de los inocentes “es una peculiaridad hispana cuya iconografía traspasó fronteras”.
Además de reptil, el demonio ha sido dragón, león, mono o animales híbridos… Así, los 80 alumnos del curso pudieron observar ejemplos de Satán entre el centenar de construcciones románicas de los pueblos y aldeas del entorno. Como en la ermita de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar, erigida en lo alto de una peña a finales del siglo XII. En un capitel, un ser repugnante, con escamas, abraza a un avaro. Sabemos que este lo es porque lleva por castigo una pesada bolsa con monedas colgada del cuello. Como si fuese una secuencia, en otro capitel ese demonio tira de la balanza del juicio final para llevarse al infierno por toda la eternidad el alma del tacaño.
Este y otros castigos del averno son una constante en la iconografía románica. “La representación suele ser muy animada, suceden cosas, en contraposición con el paraíso, que suele ser bastante soso”, según Huerta. Casi un cómic parecen las pinturas murales de una ermita del XIII, Santa Eulalia, acostada en una ladera de Barrio de Santa María. De tradición románica, aunque ya del primer gótico, en una pared hay varios niveles, con demonios de color ocre avivando el fuego con fuelles, mientras otro empuja a los desdichados al infierno y a su lado varios más son sometidos a toda clase de torturas. En el repertorio del románico hay demonios tirando de la lengua, golpeando, o colgando de los genitales a sus víctimas.
Que este infierno es muy entretenido lo corroboró en su conferencia Miguel Cortés Arrese, de la Universidad de Castilla-La Mancha. “En el románico del Occidente europeo se suele adornar con el Juicio final el pórtico principal de iglesias y catedrales, con una descripción detallada de tormentos y suplicios, temidos pero atractivos”. Cita como excepcional la catedral de Santiago de Compostela, con la imagen de un glotón con un pan tan grande que no le cabe en la boca, o un borracho colocado bocabajo, lo que le impide beber vino. Sin embargo, en el arte bizantino se desarrolló una peculiar forma de Satanás. “Eran etíopes, negros, musculosos, de labios abultados”. ¿Por qué? “Representaba al enemigo real que amenazaba sus fronteras”.
Texto y foto: Agencia