El 2018 será un año clave para la libertad de expresión en el mundo. Diversas tensiones, como los vapores contenidos en una olla exprés se han ido calentando poco a poco y están por llegar al punto de ebullición con un desenlace inesperado. La situación para la libertad de expresión, así como la de prensa, se encuentra en un punto crítico.
México se ubica según Reporteros Sin Fronteras en el lugar 147 de 180 países en una clasificación mundial en la cual el primer lugar, Noruega, es el país con mayor libertad de prensa. En cifras netas, 2017 fue un año en el cual las cifras de muertes y agresiones disminuyeron a nivel mundial, según el mismo reporte. Sin embargo, la disminución podría tristemente explicarse porque en algunos casos como el de Siria, Yemen, Irak y Libia los medios se han vaciado de periodistas o sus empleadores han cambiado la programación de noticias por la de entretenimiento.
Una situación similar ocurre en México en donde muchos reporteros relacionados con el narcotráfico o la corrupción en un primer momento dejaron de firmar sus notas para no ser víctimas de represalias y en un lapso posterior, han dejado de cubrir estos acontecimientos, dejando en la oscuridad, impunidad e ignorancia a quienes antes les informaban. Desde el paradigma de los derechos humanos, la libertad de expresión es una puerta de entrada al conocimiento del resto de los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Perder una voz es perder al acceso a esos derechos en un país en el cual la ignorancia, la impunidad y la antidemocracia crecen a pasos agigantados.
La animadversión hacia la libertad de prensa se ha tratado de justificar utilizando fragmentos de otras realidades. Por ejemplo, se dice que en México se requiere quitar el anonimato del internet supuestamente para que se hagan responsables quienes insultan y lanzan vituperios en diversos foros. En realidad, estos espacios sirven más como válvula de escape y quien se crea que todo el que escribe allí es un escritor iracundo no conoce la naturaleza de los bots. Quitar el anonimato podría inhibir la expresión de los disidentes.
En algunos casos, aunque a la clase política no le guste y los tache de difamatorios, los llamados memes que se propagan viralmente no solo son divertidos, no solo se burlan de los retratados en sus chistes, sino que además son el vehículo para que muchos se informen y a partir de ellos busquen más contexto serio que les oriente acerca del contenido del meme.
Las llamadas noticias falsas o fake news han llamado la atención de quienes quieren ejercer el Ministerio de la Verdad de Orwell y tratan de sancionar a quienes difundan mentiras o desinformación en la red y los medios tradicionales. Combatir la supuestas fake news y asegurarse de su veracidad e intención es erigir una autoridad que ejerza un control informativo sobre todo cuanto se quiera difundir, lo cual nos dejaría en el terreno preferido de cualquier dictadura.
Ya lo vemos en el caso de la información que a través de un reportaje el portal electrónico Animal Político dio a conocer acerca del desvío de fondos de programas sociales cuando Meade Kuribreña era secretario de Sedesol. El equipo de su campaña respondió a la publicación que “analizaría tomar acciones legales” en contra del medio. Si se trata de fake news, lo único que tenía que hacer es desmentir y presentar las evidencias de su buena gestión. En contraposición, su reacción sabe a amedrentamiento y amague para inducir la censura. Y recordemos que está en campaña, ¿qué pasará si llega a la grande?
De acuerdo con el colectivo Reporteros Sin Fronteras, quienes presentaron su informe “Los Oligarcas se van de compras” la libertad de expresión también se difumina cuando se concentra en pocas manos. Si los dueños de los medios cada vez son menos, la visión del mundo en cuestión se hace uniforme y disentir se ve como delito.
Las cinco técnicas sobre cómo los oligarcas matan a la libertad de información, según Freedom House son: poner su imperio mediático al servicio de un régimen; cambian la información por entretenimiento; usar el medio de comunicación contra sus opositores; censurar todo lo que vaya en contra de sus intereses o comprar a los medios de comunicación para corromper al poder. Al que tenga oídos que oiga.
Por Carlos Hornelas