¡Lolitaaaaa!- Le grité emocionada- ¿Cómo has estado? Dije abrazándola. Hacía casi un año que no la veía. Con la misma gorra verde, la misma sonrisa, el mismo mandil de cuadros, las mismas sandalias con calcetines y el mismo bastón; Lolita (mejor conocida como Doña Lola) me sonrió y me dijo que hacía mucho tiempo no me veía.
Es una señora ya mayor. No se acuerda muy bien de su edad. Nació en aquel pueblo en las montañas de Hidalgo donde reside hoy en día, en una época donde no era necesario eso de registrar a tus hijos. Todos los días camina sola con su bastón (que es un bambú ya viejo) para ir a regar sus plantas y resolver asuntos en el pueblo.
En esta comunidad, donde todos son parientes de algún lado, es conocida también como tía Lolita. Desde que asistimos a dar los cursos y demás actividades, ella no falta, a menos que sea urgente. No sabe leer ni escribir, pero en todo participa.
Del centro de la comunidad hasta su casa, son como cuarenta minutos caminando. Sean las nueve de la noche o las once, se va solita con su lámpara como guía y su bastón como arma, caminando por las montañas y el bosque. Solo en los días en los que el puma fue visto cerca de la comunidad evitó irse de noche. Había decidido que su bastón no sería suficiente contra semejante bestia que se comía al ganado.
Después de trabajar dos años en la misma comunidad todos los sábados y quedarnos diez días en verano para cursos intensivos, hoy regresé a visitarla junto con otros compañeros. La asociación se llama Enlace Rural, es fundada y dirigida por jóvenes universitarios y sigue trabajando en esta comunidad.
En la comunidad se trabaja tanto con niños como con adultos dando cursos desde primeros auxilios, voto libre e informado (completamente apartidista) hasta reciclaje y talleres de educación sexual. También se dan regularizaciones de español y matemáticas, tanto para niños como adultos, clases de inglés y se organiza un proyecto a manera de cooperativa con los que quieran, para que puedan percibir mayores ingresos.
Al verla la saludé por su nombre, pero ella no se acordaba del mío. Con un poco de indignación le reclamé por qué no se acordaba de mi nombre, cuando yo la extrañaba tantísimo. Me respondió “Pues que quieres que haga, la verdad que no me acuerdo. Ustedes son muchísimos y los cambian a cada rato, está bien difícil”. Muriéndome de risa por la sinceridad, la abracé y le dije que me daba mucho gusto que siguiera participando.
De regreso de la comunidad, veníamos platicando de la importancia de que la confianza de las personas no sea principal o únicamente en las personas que manejan el proyecto, sino en el proyecto mismo.
Obviamente, al principio la confianza se la tienen que ganar las personas. Pero ese no puede ser el objetivo: el objetivo es que hagan suyo el proyecto y que confíen en él porque les brinda resultados. Sé que doña Lola es una persona mayor, pero el hecho de que no se acuerde de los nombres de los voluntarios, sepa que van a cambiar a la mayoría dentro de un año (el compromiso inicial del voluntario dura un año) y aun así confíe en bajar todos los sábados, podría significar que ese objetivo se está cumpliendo.
También ese día hubo partido de fútbol entre los niños de las distintas comunidades donde trabaja Enlace Rural, en una comunidad vecina. En años pasados, las mamás de los niños siempre iban. Este año no fue una sola mamá, confiaron por completo en los voluntarios aunque la mayoría lleva menos de un año. Es decir, confiaron en el proyecto y en que éste no iba a tener personas irresponsables, como en años pasados se demostró que no las tenían.
Trabajar para que el proyecto en el que crees tenga validez por sí mismo no es fácil. Es un poco hacernos a la idea de que no somos imprescindibles y no generar nosotros esa dependencia. Que el proyecto no sea válido por la persona que lo maneja, si no por sus propios méritos. Aunque quien lo haya manejado no pase a la historia ni sea recordado.
No sé si nuestros candidatos hoy en día entienden eso. Que la persona no lo es todo, o al menos no debería serlo. Puede llegar a suceder si generan esa dependencia, como se presentan ellos como la única solución. No señores, hay muchas soluciones. Pareciera que el caudillismo mexicano ha vuelto.
Por Renata Millet Ponce
milletrenata@gmail.com
* Estudiante de Ciencia Política en el ITAM y Pedagogía en la UNAM. Lectora, amante del mar y la navegación.