UNA PROPUESTA AUDAZ hizo ayer el presidente local de la Asociación Mexicana de Profesionales Inmobiliarios, Roger Roche Millet: reubicar el aeropuerto meridano a un sitio más allá del Anillo Periférico, en una medida tendiente a paliar los negativos efectos que genera el crecimiento desordenado de la capital yucateca, de tal manera que los terrenos que queden disponibles sean aprovechados para redensificar la ciudad, tomando en cuenta que cada día es más difícil dotar de servicios públicos a desarrollos inmobiliarios muy alejados del centro urbano. El directivo (cuyas declaraciones incluimos en la página 5) subrayó que las nuevas políticas federales desalientan las inversiones para áreas que requieran mucha inversión para la introducción de servicios, lo cual vuelve a poner sobre la mesa la bomba de tiempo que se está generando entre el norte de Mérida y la costa, donde en los últimos años surgen y siguen creciendo enormes complejos habitacionales, comerciales, escolares, médicos y de entretenimiento, entre otros rubros, sin que para ello medie algún programa normativo. Mérida es el único municipio del estado, hasta donde sabemos, que tiene un cuerpo de leyes para regular su desarrollo, aunque no se aplica plenamente.
Y HABLAR DE TIERRAS es hablar también, necesariamente, de ejidos, pues la mayoría de los desarrollos inmobiliarios se asientan sobre terrenos que provienen de esa forma de propiedad. Ejido y crecimiento urbano están a menudo enfrentados, como vimos en la nota de los ejidatarios de Hunucmá que publicamos ayer. Los campesinos lanzaron duras críticas al delegado de la Reforma Agraria y una alta funcionaria de esa delegación, y contra su comisario ejidal, a todos los cuales acusaron de tratar de engañarlos y de despojarlos de las tierras que les corresponden. Ésa ha sido la historia de siempre del ejido: funcionarios, empresarios privados e incluso dirigentes ejidales se han coludido para apropiarse de tierras que luego venden para la realización de grandes desarrollos. Pero tarde o temprano los ejidatarios aprenden lo que no sabían –como ya está pasando–, se unen y defienden con decisión sus parcelas.




