Mario Barghomz
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“Nadie se baña dos veces en el mismo río” -habría dicho Heráclito-. El filósofo naturalista se refería a que cada momento que pasa nos cambia. El mismo desarrollo evolutivo humano se refiere a esta serie de cambios no sólo fisiológicos, sino naturales de nuestra vida.
Heráclito habla en esta sentencia del devenir del tiempo, del movimiento perpetuo de la vida y de las cosas; del fluir del río y de la existencia. Lo que Heráclito no sabía y por supuesto para su época (siglo VI a.C.) estaba muy lejos de entenderse por la falta misma de una ciencia más avanzada; es que tanto el cuerpo en su estructura biomolecular, como la vida, sí son otros cada día.
Las células que componen nuestro organismo, y que en su origen fueron una sola (célula madre) y que ahora sabemos que son entre diez y cien billones, viven muriéndose, pero al mismo tiempo replicándose antes de morir. Dependiendo también cuál sea su identidad y función, se renuevan constantemente, tanto las de nuestros órganos principales (corazón, pulmones, hígado, intestinos…), como las de nuestros tejidos, nuestra sangre, nuestros huesos y la piel de nuestro cuerpo.
Cada órgano y cada parte de nuestro cuerpo viven constantemente renovándose, es decir, fluyendo como decía Heráclito. Y a veces son sólo días como las células de nuestra sangre, leucocitos y plaquetas que se renuevan cada uno o cinco días. De ellas sólo los glóbulos rojos, que se encargan del oxígeno y los nutrientes de la sangre, viven hasta cuatro meses.
Las células epiteliales se replican cada dos y cuatro días. Las del estómago, cada dos y nueve. Los hepatocitos (células del hígado) suelen ser más longevos; éstos se renuevan cada seis meses y un año. Los alveolos de nuestros pulmones duran ocho días, y las células de nuestra piel hasta treinta días. Un 10 por ciento de nuestro tejido óseo se renueva cada año.
Las células que más tardan en regenerarse son los adipocitos, encargados de almacenar las reservas de grasa en nuestro cuerpo. Lo hacen cada ocho años. Y es por ello que quizá, en muchos sentidos, esta tardanza de recambio celular, provoque que muchos padezcan exceso de grasa en su organismo.
De todas ellas las que apenas y se renuevan son nuestras neuronas celulares; situación también por la cual, si no mueren sin renovarse, envejecen sin ningún cambio. Y es por ello que mucho se padezca, también, de lo que llamamos demencia senil o ralentización de nuestras facultades mentales.
Así; el cuerpo entero relativamente se renueva cada quince años, hasta llegar a una media de flujo, muerte y recambio, de 72 años. Y son éstos (72 años) la estadística media de vida de todo ser humano en el planeta. Lo que se viva después, será por la inercia misma del cuerpo que seguirá con su vida hasta que la muerte lo separe de la existencia.
De esta manera, somos otros siempre. Queramos o no, nuestro organismo vive renovándose. Si no lo hiciera moriría irremediablemente apenas un tiempo muy corto después de nacer. Los cambios en él le permiten seguir con vida y atendiendo cada momento del tiempo presente con la energía renovada de sus células nuevas.
El problema de cada vida se presenta cuando alguna enfermedad crónica o autoinmune, se presenta para impedir que sus células del cuerpo se renueven de manera natural. Sin replicación ni división celular no hay flujo ni devenir. Necesitamos que nuestro cuerpo cada día se despierte con ojos nuevos, nuevas defensas y nuevos nutrientes. Sin una piel nueva cada treinta días no tendríamos la posibilidad de defendernos del ambiente o de agentes patógenos que envenenarían nuestro cuerpo.
Somos otros, ¡siempre somos otros!. Y siempre estará bien que lo seamos mientras permanezcamos con vida en este hermoso planeta que, por naturaleza, también siempre es otro.