Ángel Canul Escalante
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En México conocemos bien lo que son las imposiciones en política, popularmente conocidas como “dedazos”, por la acción de señalar con el dedo y que por aquel simple hecho se decide. En nuestra historia así han sido desde gobernadores hasta presidentes. Es una práctica tan vieja y mañosa que, en general, se volvió mal vista y castigada electoralmente. Debido a ello, partidos y actores políticos intentan disfrazar de toda forma posible la imposición resultados de acuerdos cupulares: desde encuestas hasta el control del registro. Los métodos se vuelven cada vez más sutiles.
Nadie en su sano juicio diría públicamente que está ahí debido a un acuerdo o a cierto favoritismo. Aquello volvió durante mucho tiempo a la política en una competencia de caerle bien al que decide, las propuestas y la trayectoria era lo último que importaba, todo giraba en torno a que el presidente del país o del partido está lo suficientemente contento como para considerarnos tanto para estar en la boleta.
Así como con otras prácticas sucias, México ha sido fuertemente lastimado por las imposiciones, por ello lo castiga sin pena. Los grupos y partidos políticos que quieran marcarse como distintos tendrán que alejarse de esta lógica que la gente ni perdona ni olvida. La política tiene que ser una mediación entre aptitudes y actitudes, entre capacidad y principios, que todo el actuar y pensar del político esté dirigido en el bien de las mayorías, alguien que procure el bienestar de todos y no de una minoría.