Sócrates: maestro de vida

Por. Mario Barghomz

De todos mis maestros de vida, el mejor, sin duda, es Sócrates. Más que Shakespeare, más que Goethe, más que Dante, más que Hesse, y aún dentro de la Filosofía más que Kant, que Heidegger, que Sartre o que Nietzsche… La idea misma de argumentar no saber nada, en sí misma ya es extraordinaria y es la mejor vestidura del sabio.

Sócrates no simplemente parecía un hombre ordinario, sino que lo era realmente, y al serlo, se convierte en el mejor de los filósofos, nada menos que en el padre de la Filosofía. A partir de él se hablará de Filosofía Presocrática (anterior a él) y la filosofía que le seguirá a su muerte.

Platón, siendo un joven potentado, descendiente de reyes y heredero legítimo al trono de Grecia, lo admira. Sabe que Sócrates, como hombre y como maestro, es distinto a todos los demás. Comprende que hay en él algo que los demás no tienen y solo él es. Y aunque su apariencia es la de Sileno (nada bello físicamente), su temperamento y carácter sobrepasan su figura. Es generoso, noble, receptivo y leal. Por veinte años recibirá sus lecciones hasta su muerte en el 399 antes de Cristo.

La obra de Platón (sus Diálogos) es la de Sócrates. Es a través de él como figura y protagonista de sus argumentos, que desarrolla su pensamiento dialéctico, la Filosofía Platónica o Filosofía de las Ideas.

Sócrates era una figura pública y no solo dentro de la filosofía, sino de la política y la sociedad de su época. Su sencillez de ropa e imagen llamaban la atención porque no se calzaba (en ocasiones iba descalzo) ni se vestía con ostentación; señales que lo hacían parecer un hombre pobre y común. Pero no lo era. Era a lo mucho el hombre más rico de Atenas, porque hablando de dinero y de hombres no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita para vivir. Y Sócrates no necesitaba mucho de lo que los demás tienen sin estar nunca satisfechos, y a veces aún hartos, carecen, sino únicamente lo indispensable para estar bien.

Sin duda también Sócrates era en su tiempo un hombre feliz, pleno de serenidad, prudente y templado, abierto siempre a la buena conversación filosófica, a la invitación de los amigos para departir la tarde o el día, a los paseos mientras escucha y a esa vida que le place entre lo bueno y lo malo de su época y de donde va a derivar después su gran aportación al mundo posterior a él: la moral.

Sócrates es ante todo el gran maestro de la moral de vida así como hasta hoy la entendemos y la hemos vuelto nuestro valor y principio. Para Sócrates ser bueno era ante todo ser justo, temperado y longánimo. Ser bueno es actuar con rectitud, con deferencia hacia el otro, con apertura de juicio y confianza.

El ser un hombre bueno no se distingue por lo que el hombre tiene, sino por lo que es. Y Sócrates era. Hablar de lo justo de un hombre es hablar de lo bueno. Y hablar de lo bueno es hablar de lo bello de la virtud de su persona. Porque la belleza humana –dice Platón- no es la del cuerpo, la apariencia o la imagen conservadora, moderna o sofisticada, sino la del alma. Es en el alma donde se ve la belleza de un Ser. Y Sócrates era un alma bella.

Aún en el momento de su muerte donde todos sus amigos lloran aunque él no lo consienta, su verdugo encargado de darle la cicuta se avergüenza y se disculpa porque sabe que su veneno no matará a un hombre perverso, sino al mejor ciudadano de Atenas, condenado por la maldad y la astucia de la democracia política.

A pocos días de su muerte sus acusadores políticos fueron sentenciados y ejecutados también. Luego Atenas pudo llorar por varios días y guardar luto por el mejor de los maestros de vida que nos ha legado la humanidad.

Alcibíades, a quien Platón cita en la parte final de su diálogo “El Banquete”, dice de él: “mi admiración particular por Sócrates es que no hallo otro que se le parezca o que lo iguale entre los hombres y los héroes antiguos ni entre nuestros contemporáneos. Sócrates es más que Aquiles, que Néstor y que Pericles. Ninguna vergüenza tengo al decir que mi admiración me hace amar su belleza humana, su bondad y su alma”.

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