Mary Carmen Rosado Mota
@mary_rosmot
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Este fin de semana se conmemoró en nuestro país el Día del Padre, y es un buen momento para recordar que en el deporte hay grandes figuras que, además de brillar en su disciplina deportiva, se convierten en importantes referentes para sus hijas, aunque no siempre en el mismo deporte. Ángel Roldán, fue un tenista mexicano que representó al país en varias competencias, pero, precisamente por su hija, terminó acudiendo a los Juegos Olímpicos de 1960 en esgrima.
María del Pilar Roldán Tapia nació en 1939 en la Ciudad de México, en un hogar donde se respiraba el deporte y no de cualquier tipo, era deporte de alto rendimiento. Tal como le sucede a muchas hijas de deportistas destacados Pilar inició desde temprana edad con la misma disciplinas que su padre; pero por azares de la vida, y de la literatura de Alejandro Dumas, esa pequeña ñiña quedó cautivada por la idea de ser una mosquetera y así comenzó su amor por la esgrima que terminaría contagiando a su papá.
Los Juegos Panamericanos celebrados en México en 1955 marcarían un precedente para la familia Roldán Tapia cuando en la inauguración, realizada en Ciudad Universitaria, durante el desfile de delegaciones se pudo observar, por única vez en la historia de nuestro país, a una familia completa: padre, madre e hija portando el uniforme de México, seleccionados, representando con orgullo a su país. Una familia que dedicaba su vida al deporte.
Pilar tuvo la gran dicha de representar a su país en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 y después en los de Roma 1960 donde fungió como la primera mujer abanderada de la delegación mexicana y compartió la selección nacional de esgrima con su padre, Ángel Roldán, quien había comenzado a prácticar esgrima a la par de su hija para ayudarla con sus entrenamiento y terminaron acudiendo juntos a la justa olímpica.
Con el pasar de los años también desarrolló su vida personal, casada y madre de dos hijos, se propuso llegar a unos terceros Juegos Olímpicos y lo logró en México 1968, en el mismo suelo que unos años atrás recorrió a lado de su padre y madre en ese inolvidable desfile, sin saber aún lo que sgnificaría para el deporte de nuestro país aquella participación. El 28 de octubre de 1968 Pilar ganó la medalla de plata en la modalidad de florete individual femenil, convirtiéndose en la primera mujer mexicana en ser medallista olímpica.
La primera de muchas otras que han venido después, de todos los metales posibles, pero con la misma convicción de aquella mujer experimentada que mantenía intacta su ilusión cada vez que salía a sus combates así como altos valores y el respeto por el juego limpio. La historia de Pilar nos enseña muchas cosas, entre ellas la importancia que tiene la familia para que nos involucremos con la práctica deportiva desde tempranas edades, pero también la posibilidad de elegir el deporte que más nos gusta, aunque no sea el mismo que practiquen nuestros padres, como podemos observar, hay talentos que se heredan.