Thanos: de la izquierda incómoda a la moral de siempre

Por Sergio Aguilar

Hollywood es una caja de resonancia donde se desplazan las contradicciones ideológicas del neoliberalismo que nos consume. Avengers: Endgame, el último circo dedicado a la espectacularización del CGI, es prueba de ello.

Un poco de contexto: en la anterior entrega de esta parte de la saga de Marvel, titulada Avengers: Infinity War, el villano Thanos está en búsqueda de las gemas místicas que le permitirían, con un “chasquear los dedos” (esto será importante más adelante) desaparecer al azar a la mitad de los seres vivos del Universo entero. Lo consigue, y entre ellos se va una buena parte de los superhéroes.

La justificación que Thanos utiliza en ese momento es que la sobrepoblación en su planeta de recursos finitos (como todos los planetas) lo puso al borde de la destrucción. Se dio cuenta de que ante una situación extrema, solo una medida radical puede enderezar el rumbo, y esa lógica alimentó su obsesión por conseguir el enorme poder de decidir por la vida de todo el Universo.

Endgame, ambientada unos años más tarde, toma a los cabizbajos superhéroes sobrevivientes quienes idean un plan para viajar al pasado (ridículo, sí, pues son superhéroes que vuelan, ¿qué esperaba usted?), conseguir las gemas antes que el villano y salvar el día. Por un problema de software (por no decir un deus ex machina), Thanos del pasado se entera de este plan y decide contraatacar.

El problema que demuestra lo conservador que es el filme es el muy poco tiempo que le dedica a mostrarnos cómo luce la Tierra donde la mitad de la población ha desaparecido. Apenas unas escenas de un ambiente de destrucción, un memorial gigantesco construido particularmente rápido, y una breve escena donde el Capitán América señala que hay una gran diversidad de especies animales en la costa, ahora que el río está más limpio y hay menos barcos. Ante este señalamiento, Black Widow enseguida le pide que no le diga que vea el lado bueno.

Esta cerrazón ante la posibilidad de que al planeta le vaya mejor se articula con el ridículo cambio en el villano al final (agradezco a Kevin Manrique por hacerme notar lo tonto de este cambio). Mientras que en la primera película y al principio de esta, Thanos es mostrado como un tipo con un propósito que no se detiene por el deseo personal (“es el destino cumpliéndose”), es decir, no cede en su deseo (un dictum de enorme importancia para el psicoanálisis); en la segunda parte disfruta de su destrucción (“destruir este planeta será satisfactorio”). Es decir, aquí se deshace un villano que plantea un reto ante el espectador (¿cómo no puedo estar algo de acuerdo con su lógica?), a la cómoda ilusión de definir con claridad quién es el bueno (el que otorga vida) y quién es el malo (el que disfruta de matar).

¿Por qué hay que chasquear los dedos? Porque incluso cuando es el destino manifestándose, uno tiene que poner el cuerpo, uno tiene que asentar en un sujeto singular el destino del Absoluto haciéndose presente. Es solo en la posición específica y singular de enunciación donde se abre la posibilidad de enunciar una Verdad Universal. Si esta verdad es la de un mundo radical, o la de conservar el estado actual de las cosas, habría que pensar si no vale la pena la apuesta, porque es claro a dónde nos está llevando esta guerra infinita contra el planeta: al final.

 

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