Tiempos de guardar

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Francisco López Vargas

 

Tiempos de guardar

 

No soy analista ni crítico de carnaval. Crecí lejos de Campeche en una gran ciudad donde el carnaval sólo era referencia de provincia. Mis días de vacaciones en Campeche eran muy lejanos a los del carnaval y siempre me llamó la atención que se le ponía a estos festejos.

Eran referencia de mi madre, de muchas amistades de ella y fue quizá mi primera experiencia social al llegar a Campeche en días en que se preparaban la comparsa de Gladys Margarita Hurtado, como reina de las carnestolendas, aunque no recuerdo si de la UAC o de otra institución o club social.

Veía a todos llegar al local de la Cámara Pesquera para los ensayos y siempre me llamó la atención la osadía de más de uno de tratar de bailar, de tratar de cantar.

El carnaval es la fiesta de la pretensión: se pretende ser artista, se pretende ser cantante, se pretende ser de lo que uno se disfraza: hombres de mujeres, mujeres de rumberas o vedetes y así se disfrutan los días del carnaval: pretendiendo divertirse, algunos sanamente otros cayendo en excesos.

También se han dado sorpresas: reinas que son muy talentosas, otras que son muy conflictivas o intrigantes y unas más que pasan sin pena ni gloria por su falta de talento o de capacidad. Eso lo define el tiempo. 

Para mi, en lo personal, creo que el carnaval debería ser eso que nos ha contado Luis Felipe Zubieta: regresarlo a las colonias populares, que cada grupo organice su fiesta, haga la elección de su reina, costee su fiesta y de entre todas ellas salga la mejor para ser la reina de todo el carnaval.

La autoridad debería de regir la fiesta pero no financiarla. Dar las facilidades, garantizar la seguridad, apoyar en la gran coronación, pero que la organización sea un tema de la sociedad civil, de las colonias populares, de las organizaciones sociales, de las escuelas, de las universidades. De la gente, pues y que se organicen verbenas, rifas, toldos, kermeses y todas esas actividades de convivencia que recuerdan el origen de la celebración en las colonias y las escuelas para lograr fondos, para costear la diversión.

Me parece infame, hay que decirlo, que la decisión de quien será la reina no sólo no le guste a nadie sino que todos crean que deben dar su opinión, como si en verdad participaran. Desde afuera, la visión de alguien que ni siquiera acude a los eventos de las carnestolendas, es que se ha convertido en una fiesta secuestrada por coreógrafos, estilistas y modistos, pero sobre todo de las cervecerías que lo ven –todos- como el gran negocio.

Al ayuntamiento le reclaman si trae a un buen grupo o si trae a uno malo. Si es barato o si es caro, si les gusta o no les gusta, si toca mucho rato o si toca pocas piezas. Es una feria de vanidades y de apetitos no cubiertos o no satisfechos.

La promoción del carnaval debería de centrarse en dos áreas exclusivas: turismo y cultura y ellos deberían de organizarlo con la sociedad, exclusivamente como reguladores y facilitadores. Nada más.

¿Cuánto le cuesta al ayuntamiento el carnaval?, ¿es correcto que se desvíe ese recurso a una pachanga en lugar de a reparar calles, poner banquetas o hacer eficiente el servicio de agua potable? La respuesta puede ser la que ud. guste, pero la realidad nos fuerza a verlo como un evento que debe regresar a la sociedad y que debe ser ella la que se involucre con la conducción y las facilidades de la autoridad.

El carnaval es un tema de cultura, es verdad, pero también es un tema de gratitud a quienes deciden participar, poner su dinero, su esfuerzo y su talento o carencia de él al escrutinio público.

De la misma manera, quienes participan saben que están sujetos a ese escrutinio y que su esfuerzo, guste o no, será también sujeto de crítica, de halago. Si no quieren que se les critique, pues que no participen, pero si lo van a hacer que aguanten vara de las reacciones que provoque su actuación.

El tema tampoco es para rasgarse las vestiduras: nadie tiene comprada la unanimidad y cuando ésta se da podría parecer hasta sospechosa. Sin embargo, tampoco vale exagerar el tema y darle más importancia a lo que la gente piensa o dice de uno: lo que tiene valor es atreverse a hacerlo, a no quedarse con las ganas y demostrarse a sí mismo si se tienen aptitudes o no, pero sobre todo el valor de salir al escrutinio público.

Y recuerden, el carnaval es la oportunidad de pretender ser y la oportunidad de divertirse y no tomarse las cosas tan en serio. No son tiempos de guardar y sí de divertirse.

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